miércoles, 7 de octubre de 2015

Espiritualidad

LA DEVOCIÓN A MARÍA AUXILIADORA

Don Bosco fue el gran impulsor de la devoción y el cariño a María Auxiliadora. Él no comenzó a utilizar el título de “Auxiliadora” hasta que ya habían pasado algunos años de su trabajo. Al principio, prefería llamar a la Virgen como “Inmaculada”.

 Un acontecimiento fundamental fue la construcción de la Basílica de María Auxiliadora, en Turín. El 9 de junio de 1868 se consagró la Basílica. La historia de este templo es una sucesión de favores de la Virgen María. Don Bosco empezó la obra del templo con tres monedas de veinte centavos. Pero fueron tantos los milagros que María Auxiliadora empezó a hacer en favor de sus devotos, que en sólo cuatro años estuvo terminada la basílica. El santo solía repetir: “Cada ladrillo de este templo corresponde a un milagro de la Santísima Virgen”.

 Desde aquel santuario empezó a extenderse por el mundo la devoción a la Madre de Dios bajo el título de Auxiliadora, y son tantos los favores que la Virgen concede a quienes la invocan con ese título, que esta devoción ha llegado a ser una de las más populares. San Juan Bosco decía: “Propagad la devoción a María Auxiliadora y veréis lo que son milagros”, y recomendaba repetir muchas veces esta pequeña oración: “María Auxiliadora, rogad por nosotros”.

 Para el salesiano, la devoción a María Auxiliadora constituye uno de los rasgos distintivos de su espiritualidad, tal como acreditan las propias Constituciones Salesianas:
 Para contribuir a la salvación de la juventud -la porción más delicada y valiosa de la sociedad humana-, el Espíritu Santo suscitó, con la intervención materna de María, a San Juan Bosco. (Constituciones Salesianas, 1)

 La Virgen María indicó a Don Bosco su campo de acción entre los jóvenes, y lo guió y sostuvo constantemente, sobre todo en la fundación de nuestra Sociedad. Creemos que María está presente entre nosotros y continúa su misión de Madre de la Iglesia y Auxiliadora de los cristianos. Nos confiamos a Ella, humilde sierva en la que el Señor hizo obras grandes para ser, entre los jóvenes, testigos del amor inagotable de su Hijo. (Const. 8)

 Don Bosco confió nuestra Sociedad, de modo especial, a María a quien declaró patrona principal (Const. 9)

 Caminamos con los jóvenes para llevarlos a la persona del Señor resucitado, de modo que, descubriendo en Él y en su Evangelio el sentido supremo de su propia existencia. La Virgen María es una presencia materna en este camino. La hacemos conocer y amar como a la Mujer que creyó y que auxilia e infunde esperanza. (Const. 34)

 María, Madre de Dios, ocupa un puesto singular en la historia de la salvación. Es modelo de oración y de caridad pastoral, maestra de sabiduría y guía de nuestra Familia. Contemplamos e imitamos su fe, la solicitud por los necesitados, la fidelidad en la hora de la cruz y el gozo por las maravillas realizadas por el Padre. María Inmaculada y Auxiliadora nos educa para la donación plena al Señor y nos alienta en el servicio a los hermanos. Le profesamos una devoción filial y fuerte. (Const. 92)

Con la ayuda de María, madre y maestra, el salesiano se esfuerza por llegar a ser educador pastor de los jóvenes en la forma laical o sacerdotal que le es propia. (Const. 98)




La espiritualidad salesiana ha sido sintetizada en algunas fórmulas breves como las que usaba Don Bosco para los muchachos. Es una costumbre de familia: simplificar, unir, ayudar a recordar. La síntesis mística está resumida en el lema: Da mihi animas. La pedagógica de nuestra espiritualidad es: razón, religión y amorevolezza (amabilidad). Se refiere no sólo a la relación con los jóvenes, sino a la forma de formarse del educador apóstol. La fórmula devocional es Jesús Sacramentado, María Auxiliadora y el Papa.

¿Cuál es el programa práctico, que se debe vivir todos los días y a largo plazo? Trabajo, oración, templanza. Las tres palabras, populares, casi proletarias, corresponden a las tres dimensiones que el documento Vita Consecrata indica como indispensables en toda espiritualidad: la contemplativa, la apostólica, la ascética.

La contemplación no coincide con el estudio de las cosas sagradas, si bien sacará ventajas de él. Quiere decir que incluye la oración, pero va más allá: la contemplación, lo que entre nosotros tradicionalmente se llamaba unión con Dios, sentido y alegría de su presencia, relación filial con Él. Don Bosco y María Mazzarello copiaron a Jesús Pastor esta modalidad. Descubrieron el carácter de oración que tiene la acción apostólica y caritativa, cuando se hace según la voluntad y en la presencia de Dios. Esto, por otra parte, era ya conocido por los místicos.

Hay, pues, en Don Bosco una fusión natural y serena entre acción y oración. La vida no se divide entre la una y la otra: “La diferencia específica de la piedad salesiana consiste en saber hacer del trabajo oración… Ésta es una de las características más bellas de Don Bosco”. El salesiano debería llegar a ser “un orante” como todo religioso. Pero debe hacerlo “sumergido en el mundo y en las preocupaciones de la vida pastoral”,  “en una laboriosidad incansable santificada por la oración y la unión con Dios”.

El trabajo: la caridad pastoral. Éste es un aspecto más asimilado y más percibido por los demás. La importancia que tiene en nuestra vida se comprende fácilmente por un conjunto de hechos de alcance real y simbólico: la raíz campesina y las primeras experiencias de Don Bosco, los protagonistas y el tono de las experiencias de los orígenes, la profesión de pobreza, la clase obrera a la que dedicamos nuestros cuidados preferenciales. El trabajo es el contenido principal de nuestros programas de educación en las escuelas profesionales y técnicas, es nuestra forma de inserción en la sociedad y en la cultura. Marca el rasgo casi fundamental del salesiano: el salesiano es un trabajador. Don Cagliero decía con una expresión fuerte: “quien no trabaja no es salesiano”. Para Don Bosco el trabajo no es la simple ocupación del tiempo, en cualquier actividad, aunque acaso sea fatigosa; sino la entrega a la misión con todas las capacidades y a tiempo pleno. En este sentido no comprende sólo el trabajo manual, sino también el intelectual y el apostólico. Trabaja quien escribe, quien confiesa, quien predica, quien estudia, quien ordena la casa. El trabajo se caracteriza por la obediencia, por la caridad pastoral, por la recta intención y por el sentido comunitario.

La espiritualidad comporta también la dimensión ascética, de resistencia o combate espiritual. “La ascesis, ayudando a dominar y corregir las tendencias de la naturaleza humana herida por el pecado, es verdaderamente indispensable a la persona consagrada para permanecer fiel a la propia vocación y seguir a Jesús por el camino de la Cruz”.

Va unida a la dimensión penitencial que es esencial para la madurez cristiana. Sin ella es imposible tanto el comienzo como el camino posterior de conversión: ésta consiste en asumir algo y dejar muchas cosas, optar y cortar, destruir cosas o costumbres viejas o inútiles y dejarse reconstruir.
Cada carisma tiene una tradición ascética coherente con el propio estilo espiritual en el salesiano, la fórmula que la resume es “caetera tolle”: deja lo demás, ordena lo demás a esto, es decir, al “da mihi animas”, a la posibilidad de vivir interiormente y de expresar el amor a los jóvenes, apartándolos de las situaciones que les impiden vivir. Son dos aspectos correlativos.

Aspecto importante de esta ascesis es dar unidad a la persona, integrando en el proyecto de vida en Dios algunas tendencias que, desarrolladas de forma autónoma, ponen en peligro la calidad de la experiencia espiritual y las finalidades de la misión: como son una búsqueda excesiva de la eficacia y de la profesionalidad separadas de las finalidades pastorales, la secularización de la mentalidad y del estilo de vida, las formas, aunque medio ocultas, de afirmación excesiva de la peculiaridad cultural.

El “caetera tolle” deja u ordena lo demás, tiene su expresión cotidiana, no única, en la templanza ‘salesiana’. La templanza es aquella virtud cardinal que modera los impulsos, las palabras y los actos según la razón y las exigencias de la vida cristiana. Alrededor de ella giran la continencia, la humildad, la sobriedad, la sencillez, la austeridad. En el Sistema Preventivo, las mismas realidades están incluidas en la razón. Sus manifestaciones en la vida cotidiana son: el equilibrio, es decir, la mesura en todo; una conveniente disciplina, la capacidad de colaboración, la calma interior y exterior, una relación con todos, pero especialmente con los jóvenes, serena y con autoridad moral.

Todo esto puede parecer demasiado ordinario, como dimensión ascética, y casi alegre frente a la seriedad de la llamada a la conversión y a la radicalidad. Don Bosco expresó esta aparente contradicción con el sueño de la pérgola de rosas.  Los salesianos caminan sobre los pétalos. Todos piensan que se divierten. Y de hecho son “felices”. Punzados por las espinas no pierden la alegría. También esto es ascesis: la sencillez, la buena cara, el no montar escenas. Responde al consejo evangélico: cuando ayunen, no anden tristes, sino perfúmense la cabeza y lávense la cara”.




La Espiritualidad Salesiana hace referencia a los principios fundamentales que permiten que las personas se identifiquen con el modelo propio de los discípulos de Don Bosco. La base de dicha espiritualidad se da en el lema de Don Bosco de “dame almas y llévate lo demás”, en ello radica su síntesis mística, la síntesis
pedagógica se da en Razón, Religión y Amor y la síntesis devocional se da en Jesús Sacramentado, María Auxiliadora y el Papa, siempre en busca de vivir las dimensiones contemplativa, apostólica y ascética, indispensables dentro del rostro salesiano.



La dimensión contemplativa no se queda en la oración, sino que fusiona ésta con el trabajo, convirtiendo la acción en oración, así, mientras el salesiano es orante, lo hace inmerso en el mundo de la pastoral con todas las implicaciones que ello trae consigo, siendo contemplativos en la acción. 


La labor pastoral de Don Bosco, centrada en el Evangelio, no descuidaba el trabajo para el cual debía preparar a sus muchachos, nacido en un ambiente campesino de pobreza, con escasas posibilidades profesionales y con la explotación de la clase obrera, quiso que sus jóvenes aprendieran a desempeñarse en alguna labor que les proporcionara su sustento y esto es algo que hoy en día se sigue llevando a cabo por los salesianos, para ellos, el trabajo es esencial en los programas de educación de las escuelas profesionales y para tal fin brindan preparación a sus estudiantes.

La ascesis del salesiano se centra en el dejarse pulir de Dios, convirtiendo su vida en un constante gastarse y desgastarse por la salvación de las almas, en especial las de los jóvenes, que fue la vocación que desde el inicio le fue revelada a Don Bosco, serían ellos los herederos inmediatos de su labor apostólica, en especial velando por aquellos jóvenes en mayor estado de vulnerabilidad.

El elemento característico del estilo pedagógico de Don Bosco era el amor, pero no bastaba con amar a los jóvenes, éstos debían sentir que eran amados y a su vez, ser capaz, pedagógicamente hablando, de hacerse querer por ellos para que éstos se abran totalmente a las posibilidades de un verdadero cambio de vida.