LA DEVOCIÓN A MARÍA AUXILIADORA
Don Bosco fue el gran impulsor de
la devoción y el cariño a María Auxiliadora. Él no comenzó a utilizar el título
de “Auxiliadora” hasta que ya habían pasado algunos años de su trabajo. Al
principio, prefería llamar a la Virgen como “Inmaculada”.
Un acontecimiento fundamental fue la
construcción de la Basílica de María Auxiliadora, en Turín. El 9 de junio de
1868 se consagró la Basílica. La historia de este templo es una sucesión de
favores de la Virgen María. Don Bosco empezó la obra del templo con tres
monedas de veinte centavos. Pero fueron tantos los milagros que María
Auxiliadora empezó a hacer en favor de sus devotos, que en sólo cuatro años
estuvo terminada la basílica. El santo solía repetir: “Cada ladrillo de este
templo corresponde a un milagro de la Santísima Virgen”.
Desde aquel santuario empezó a extenderse por
el mundo la devoción a la Madre de Dios bajo el título de Auxiliadora, y son
tantos los favores que la Virgen concede a quienes la invocan con ese título,
que esta devoción ha llegado a ser una de las más populares. San Juan Bosco
decía: “Propagad la devoción a María Auxiliadora y veréis lo que son milagros”,
y recomendaba repetir muchas veces esta pequeña oración: “María Auxiliadora,
rogad por nosotros”.
Para el salesiano, la devoción a María
Auxiliadora constituye uno de los rasgos distintivos de su espiritualidad, tal
como acreditan las propias Constituciones Salesianas:
Para contribuir a la salvación de la juventud
-la porción más delicada y valiosa de la sociedad humana-, el Espíritu Santo
suscitó, con la intervención materna de María, a San Juan Bosco.
(Constituciones Salesianas, 1)
La Virgen María indicó a Don Bosco su campo de
acción entre los jóvenes, y lo guió y sostuvo constantemente, sobre todo en la
fundación de nuestra Sociedad. Creemos que María está presente entre nosotros y
continúa su misión de Madre de la Iglesia y Auxiliadora de los cristianos. Nos
confiamos a Ella, humilde sierva en la que el Señor hizo obras grandes para
ser, entre los jóvenes, testigos del amor inagotable de su Hijo. (Const. 8)
Don Bosco confió nuestra Sociedad, de modo
especial, a María a quien declaró patrona principal (Const. 9)
Caminamos con los jóvenes para llevarlos a la
persona del Señor resucitado, de modo que, descubriendo en Él y en su Evangelio
el sentido supremo de su propia existencia. La Virgen María es una presencia
materna en este camino. La hacemos conocer y amar como a la Mujer que creyó y
que auxilia e infunde esperanza. (Const. 34)
María, Madre de Dios, ocupa un puesto singular
en la historia de la salvación. Es modelo de oración y de caridad pastoral,
maestra de sabiduría y guía de nuestra Familia. Contemplamos e imitamos su fe,
la solicitud por los necesitados, la fidelidad en la hora de la cruz y el gozo
por las maravillas realizadas por el Padre. María Inmaculada y Auxiliadora nos
educa para la donación plena al Señor y nos alienta en el servicio a los
hermanos. Le profesamos una devoción filial y fuerte. (Const. 92)
Con la ayuda de María, madre y maestra, el
salesiano se esfuerza por llegar a ser educador pastor de los jóvenes en la
forma laical o sacerdotal que le es propia. (Const. 98)
La espiritualidad salesiana ha sido sintetizada en algunas fórmulas breves como las que usaba Don Bosco para los muchachos. Es una costumbre de familia: simplificar, unir, ayudar a recordar. La síntesis mística está resumida en el lema: Da mihi animas. La pedagógica de nuestra espiritualidad es: razón, religión y amorevolezza (amabilidad). Se refiere no sólo a la relación con los jóvenes, sino a la forma de formarse del educador apóstol. La fórmula devocional es Jesús Sacramentado, María Auxiliadora y el Papa.
¿Cuál es el programa práctico,
que se debe vivir todos los días y a largo plazo? Trabajo, oración, templanza.
Las tres palabras, populares, casi proletarias, corresponden a las tres
dimensiones que el documento Vita Consecrata indica como indispensables en toda
espiritualidad: la contemplativa, la apostólica, la ascética.
La contemplación no coincide con
el estudio de las cosas sagradas, si bien sacará ventajas de él. Quiere decir
que incluye la oración, pero va más allá: la contemplación, lo que entre nosotros
tradicionalmente se llamaba unión con Dios, sentido y alegría de su presencia,
relación filial con Él. Don Bosco y María Mazzarello copiaron a Jesús Pastor
esta modalidad. Descubrieron el carácter de oración que tiene la acción
apostólica y caritativa, cuando se hace según la voluntad y en la presencia de
Dios. Esto, por otra parte, era ya conocido por los místicos.
Hay, pues, en Don Bosco una
fusión natural y serena entre acción y oración. La vida no se divide entre la
una y la otra: “La diferencia específica de la piedad salesiana consiste en
saber hacer del trabajo oración… Ésta es una de las características más bellas
de Don Bosco”. El salesiano debería llegar a ser “un orante” como todo
religioso. Pero debe hacerlo “sumergido en el mundo y en las preocupaciones de
la vida pastoral”, “en una laboriosidad
incansable santificada por la oración y la unión con Dios”.
El trabajo: la caridad pastoral.
Éste es un aspecto más asimilado y más percibido por los demás. La importancia
que tiene en nuestra vida se comprende fácilmente por un conjunto de hechos de
alcance real y simbólico: la raíz campesina y las primeras experiencias de Don
Bosco, los protagonistas y el tono de las experiencias de los orígenes, la
profesión de pobreza, la clase obrera a la que dedicamos nuestros cuidados
preferenciales. El trabajo es el contenido principal de nuestros programas de
educación en las escuelas profesionales y técnicas, es nuestra forma de
inserción en la sociedad y en la cultura. Marca el rasgo casi fundamental del
salesiano: el salesiano es un trabajador. Don Cagliero decía con una expresión
fuerte: “quien no trabaja no es salesiano”. Para Don Bosco el trabajo no es la
simple ocupación del tiempo, en cualquier actividad, aunque acaso sea fatigosa;
sino la entrega a la misión con todas las capacidades y a tiempo pleno. En este
sentido no comprende sólo el trabajo manual, sino también el intelectual y el
apostólico. Trabaja quien escribe, quien confiesa, quien predica, quien
estudia, quien ordena la casa. El trabajo se caracteriza por la obediencia, por
la caridad pastoral, por la recta intención y por el sentido comunitario.
La espiritualidad comporta
también la dimensión ascética, de resistencia o combate espiritual. “La
ascesis, ayudando a dominar y corregir las tendencias de la naturaleza humana
herida por el pecado, es verdaderamente indispensable a la persona consagrada
para permanecer fiel a la propia vocación y seguir a Jesús por el camino de la
Cruz”.
Va unida a la dimensión
penitencial que es esencial para la madurez cristiana. Sin ella es imposible
tanto el comienzo como el camino posterior de conversión: ésta consiste en
asumir algo y dejar muchas cosas, optar y cortar, destruir cosas o costumbres
viejas o inútiles y dejarse reconstruir.
Cada carisma tiene una tradición
ascética coherente con el propio estilo espiritual en el salesiano, la fórmula
que la resume es “caetera tolle”: deja lo demás, ordena lo demás a esto, es
decir, al “da mihi animas”, a la posibilidad de vivir interiormente y de
expresar el amor a los jóvenes, apartándolos de las situaciones que les impiden
vivir. Son dos aspectos correlativos.
Aspecto importante de esta
ascesis es dar unidad a la persona, integrando en el proyecto de vida en Dios
algunas tendencias que, desarrolladas de forma autónoma, ponen en peligro la
calidad de la experiencia espiritual y las finalidades de la misión: como son
una búsqueda excesiva de la eficacia y de la profesionalidad separadas de las
finalidades pastorales, la secularización de la mentalidad y del estilo de
vida, las formas, aunque medio ocultas, de afirmación excesiva de la
peculiaridad cultural.
El “caetera tolle” deja u ordena
lo demás, tiene su expresión cotidiana, no única, en la templanza ‘salesiana’.
La templanza es aquella virtud cardinal que modera los impulsos, las palabras y
los actos según la razón y las exigencias de la vida cristiana. Alrededor de
ella giran la continencia, la humildad, la sobriedad, la sencillez, la
austeridad. En el Sistema Preventivo, las mismas realidades están incluidas en
la razón. Sus manifestaciones en la vida cotidiana son: el equilibrio, es
decir, la mesura en todo; una conveniente disciplina, la capacidad de
colaboración, la calma interior y exterior, una relación con todos, pero
especialmente con los jóvenes, serena y con autoridad moral.
Todo esto puede parecer demasiado
ordinario, como dimensión ascética, y casi alegre frente a la seriedad de la
llamada a la conversión y a la radicalidad. Don Bosco expresó esta aparente
contradicción con el sueño de la pérgola de rosas. Los salesianos caminan sobre los pétalos.
Todos piensan que se divierten. Y de hecho son “felices”. Punzados por las
espinas no pierden la alegría. También esto es ascesis: la sencillez, la buena
cara, el no montar escenas. Responde al consejo evangélico: cuando ayunen, no
anden tristes, sino perfúmense la cabeza y lávense la cara”.
La Espiritualidad Salesiana hace referencia a los principios fundamentales que permiten que las personas se identifiquen con el modelo propio de los discípulos de Don Bosco. La base de dicha espiritualidad se da en el lema de Don Bosco de “dame almas y llévate lo demás”, en ello radica su síntesis mística, la síntesis
pedagógica se da en Razón, Religión y Amor y la síntesis devocional se da en Jesús Sacramentado, María Auxiliadora y el Papa, siempre en busca de vivir las dimensiones contemplativa, apostólica y ascética, indispensables dentro del rostro salesiano.
pedagógica se da en Razón, Religión y Amor y la síntesis devocional se da en Jesús Sacramentado, María Auxiliadora y el Papa, siempre en busca de vivir las dimensiones contemplativa, apostólica y ascética, indispensables dentro del rostro salesiano.
La dimensión contemplativa no se queda en la oración, sino que fusiona ésta con el trabajo, convirtiendo la acción en oración, así, mientras el salesiano es orante, lo hace inmerso en el mundo de la pastoral con todas las implicaciones que ello trae consigo, siendo contemplativos en la acción.
La labor pastoral de Don Bosco, centrada en el Evangelio, no descuidaba el trabajo para el cual debía preparar a sus muchachos, nacido en un ambiente campesino de pobreza, con escasas posibilidades profesionales y con la explotación de la clase obrera, quiso que sus jóvenes aprendieran a desempeñarse en alguna labor que les proporcionara su sustento y esto es algo que hoy en día se sigue llevando a cabo por los salesianos, para ellos, el trabajo es esencial en los programas de educación de las escuelas profesionales y para tal fin brindan preparación a sus estudiantes.
La ascesis del salesiano se centra en el dejarse pulir de Dios, convirtiendo su vida en un constante gastarse y desgastarse por la salvación de las almas, en especial las de los jóvenes, que fue la vocación que desde el inicio le fue revelada a Don Bosco, serían ellos los herederos inmediatos de su labor apostólica, en especial velando por aquellos jóvenes en mayor estado de vulnerabilidad.
El elemento característico del estilo pedagógico de Don Bosco era el amor, pero no bastaba con amar a los jóvenes, éstos debían sentir que eran amados y a su vez, ser capaz, pedagógicamente hablando, de hacerse querer por ellos para que éstos se abran totalmente a las posibilidades de un verdadero cambio de vida.