miércoles, 23 de septiembre de 2015

CATEQUESIS FAMILIAR


Encuentro Mundial de las Familias: presentadas las catequesis preparatorias

La familia sigue siendo hoy una buena noticia para el mundo, tal como lo afirma el Papa Francisco. El Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida presentó las Catequesis en preparación al IX Encuentro Mundial de las Familias que se celebrará del 21 al 26 de agosto en Dublín.
María Fernanda Bernasconi – Ciudad del Vaticano
Esta mañana en la Sala de Prensa de la Santa Sede se presentaron las siete Catequesis Internacionales en preparación al IX Encuentro Mundial de las Familias de Dublín que se celebrará del 21 al 26 de agosto. Intervinieron en la presentación el Cardenal Kevin Farrell, Prefecto del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida y el Dr. Marco Tibaldi, Consejero teológico del proyecto denominado: “El gran misterio” y autor del itinerario musical que se unirá a las catequesis.
¿El Evangelio, sigue siendo alegría para el mundo?
El Cardenal Farrell recordó en la presentación que en la carta de convocación – del 25 de marzo del año pasado – el Papa daba algunas indicaciones sobre el tema a fin de que las familias pudieran profundizar su reflexión y participación sobre los contenidos de la Exhortación Apostólica postsinodal  Amoris Laetitia, sobre el amor en la familia. Y lo hacía preguntándose: “¿El Evangelio, sigue siendo alegría para el mundo? ¿La familia sigue siendo una buena noticia para el mundo de hoy?”.
El encuentro de Dublín – dijo el Purpurado – va al corazón de la relación entre el Evangelio y el mundo de hoy y el nudo es precisamente la familia y el Papa Francisco, basándose en el designio de Dios, ha respondido a la pregunta diciendo: ¡Sí!, la familia es aún hoy una buena noticia. Y con una mirada realista y con un lenguaje inmediato – explicó –  el Santo Padrerecuerda la común experiencia de fragilidad y debilidad que experimentamos cotidianamente y la necesidad de una actitud humilde que nos impulse a reeducarnos, a acompañar, a discernir y a ayudar a los demás.
Porque como explicó el Cardenal Farrell “el sueño del Papa Francisco, entregado al encuentro de Dublín, es el de una Iglesia en salida y que no sea autorreferencial, sino una Iglesia misericordiosa”, sabiendo que las familias cristianas son lugares de misericordia y testigos de misericordia.
Además, el Cardenal Prefecto recordó que el Papa Bergoglio encomendó precisamente al Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida la tarea de “declinar la enseñanza de Amoris Laetitia” para ayudar a las familias en su camino. De ahí que en esta perspectiva y a siete meses de las jornadas irlandesas, se ofrece una ayuda para el recorrido de preparación que consiste en siete catequesis – sencillas y estimulantes – para marcar los pasos de acercamiento de las diócesis, pero también de las parroquias y de cada una de las familias.
En cuanto a las siete catequesis el Cardenal explicó que han sido preparadas en torno a la página evangélica del extravío de Jesús cuando tenía doce años y de su hallazgo en el Templo, tal como lo relata el Evangelista San Lucas, mostrando un entramado entre el texto de Amoris Laetitia y la vicisitud singular de la Sagrada Familia de Nazaret revelando cuán actual y proféticos es el anuncio del Evangelio de la familia.
En cuanto a los temas de las catequesis las resumió con las siguientes palabras: La primera“parte de una mirada concreta a las familias de hoy”; la segunda indica “la actualidad de la Palabra de Dios capaz de iluminar la vida diaria familiar”; la tercera profundiza el gran sueño que Dios tiene para cada familia; la cuarta  se refiere a las fragilidades y debilidades que parecen quebrantar ese sueño; la quinta aborda el hecho de que todo esto hace que la familia sea en el mundo generadora de una cultura nueva; la quinta , aborda el tema de la vida; la sexta el de la esperanza y la séptima y última el tema de la alegría.
Cada una de estas siete catequesis se introducirán con la oración y concluirán con algunas preguntas que puedan compartirse en la familia o en la comunidad eclesial. Asimismo, estos siete pasos de las catequesis irán acompañados por un emocionante itinerario musical con otros tantos pasajes cantados por el Maestro Bocelli en el Concierto realizado en la Basílica de la Sagrada Familia de Barcelona. 


PAPA FRANCISCO
AUDIENCIA GENERAL
Aula Pablo VI
Miércoles 6 de diciembre de 2017

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy quisiera hablar del viaje apostólico que realicé los días pasados a Myanmar y Bangladesh. Fue un gran regalo de Dios y por eso le agradezco a Él por cada cosa, especialmente por los encuentros que pude tener. Renuevo la expresión de mi gratitud a las autoridades de los dos países y a los respectivos obispos, por todo el trabajo de preparación y por la acogida hacia mí y hacia mis colaboradores. Un sentido «gracias» quiero dirigirlo a la gente birmana y a la bangladesí, que me demostraron tanta fe y tanto afecto: ¡Gracias!

Por primera vez un sucesor de Pedro visitaba Myanmar, y esto sucedió poco después de que se establecieran relaciones diplomáticas entre este país y la Santa Sede.
He querido, también en este caso, expresar la cercanía de Cristo y de la Iglesia a un pueblo que ha sufrido a causa de conflictos y represiones y que ahora está lentamente caminando hacia una nueva condición de libertad y de paz. Un pueblo donde la religión budista está fuertemente arraigada, con sus principios espirituales y éticos y donde los cristianos están presentes como pequeño rebaño y fermento del Reino de Dios. A esta Iglesia, viva y ferviente, he tenido la alegría de confirmar en la fe y en la comunión, en el encuentro con los obispos del país y en las dos celebraciones eucarísticas. La primera fue en la gran área deportiva en el centro de Yangon y el Evangelio de aquel día recordó que las persecuciones a causa de la fe en Jesús son normales para sus discípulos, como ocasión de testimonio, pero que «no perecerá ni un cabello de vuestra cabeza» (cf. Lucas 21, 12-19). La segunda misa, último acto de la visita a Myanmar, estuvo dedicado a los jóvenes: un símbolo de esperanza y un regalo especial de la Virgen María, en la catedral que lleva su nombre. En los rostros de aquellos jóvenes, llenos de alegría, he visto el futuro de Asia: un futuro que será no de quien construye las armas, sino de quien siembra fraternidad. Y siempre en señal de esperanza bendije las primeras piedras de 16 iglesias, del seminario y de la nunciatura: ¡dieciocho!
Además de a la comunidad católica, pude encontrar a las autoridades de Myanmar, alentando los esfuerzos de pacificación del país y auspiciando que todos los diversos componentes de la nación, ninguno excluido, puedan cooperar en ese proceso en el respeto recíproco. En este espíritu, quise encontrar a los representantes de las diversas comunidades religiosas presentes en el país. En particular, al supremo Consejo de monjes budistas manifesté la estima de la Iglesia por su antigua tradición espiritual y la confianza que cristianos y budistas pueden ayudar juntos a las personas a amar a Dios y al prójimo, rechazando toda violencia y oponiéndose al mal con el bien.

Después de dejar Myanmar, me dirigí a Bangladesh, donde primero rendí homenaje a los mártires de la lucha por la independencia y al «Padre de la Nación». La población de Bangladesh es en gran parte de religión musulmana y por tanto, mi visita —sobre las huellas de aquel beato Pablo VI y de san Juan Pablo II— marcó otro paso en favor del respeto y del diálogo entre el cristianismo y el islam.

A las autoridades del país recordé que la Santa Sede ha sostenido desde el inicio la voluntad del pueblo bangladesí de constituirse como nación independiente, como también la exigencia de que en ella se ha tutelado siempre la libertad religiosa. En particular, quise expresar solidaridad con Bangladesh en su compromiso de socorrer a los refugiados rohingya que acuden en masa a su territorio, donde la densidad de población está ya entre las más altas del mundo.

La misa celebrada en un histórico parque de Dhaka se enriqueció con la ordenación de dieciséis sacerdotes y este fue uno de los eventos más significativos y alegres del viaje. De hecho, tanto en Bangladesh como en Myanmar y en los demás países del sudeste asiático, gracias a Dios no faltan las vocaciones, señal de comunidades vivas, donde resuena la voz del Señor que llama a seguirlo. Compartí esta alegría con los obispos de Bangladesh y les alenté en su generoso trabajo por las familias, por los pobres, por la educación, por el diálogo y la paz social. Y compartí esta alegría con muchos sacerdotes, consagrados del país y también con seminaristas, novicias y novicios, en los que vi el germen de la Iglesia en aquella tierra.

En Dhaka vivimos un momento fuerte de diálogo interreligioso y ecuménico, que me dio la oportunidad de subrayar la apertura del corazón como base de la cultura del encuentro, de la armonía y de la paz. Además visité la «Casa Madre Teresa», donde la santa se alojaba cuando se encontraba en esa ciudad y que acoge a muchísimos huérfanos y personas con discapacidad. Allí, según su carisma, las hermanas viven cada día la oración de adoración y el servicio a Cristo pobre y sufriente. Y nunca, nunca falta en sus labios una sonrisa: hermanas que rezan tanto, que sirven a los sufrientes y continuamente con una sonrisa. Es un hermoso testimonio. Agradezco tanto a estas hermanitas.

El último evento fue con los jóvenes bangladesíes, rico de testimonios, cantos y danzas. ¡Pero qué bien bailan estos bangladesíes! ¡Saben bailar bien! Una fiesta que manifestó la alegría del Evangelio acogido por esa cultura; una alegría enriquecida por los sacrificios de tantos misioneros, de tantos catequistas y padres cristianos. En el encuentro estuvieron presentes también jóvenes musulmanes y de otras religiones: una señal de esperanza para Bangladesh, para Asia y para el mundo entero. Gracias.

PAPA FRANCISCO
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 22 de noviembre de 2017

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Continuando con las Catequesis sobre la misa, podemos preguntarnos: ¿Qué es esencialmente la misa? La misa es el memorial del Misterio pascual de Cristo. Nos convierte en partícipes de su victoria sobre el pecado y la muerte y da significado pleno a nuestra vida.

Por esto, para comprender el valor de la misa debemos ante todo entender entonces el significado bíblico del «memorial». «En la celebración litúrgica, estos acontecimientos se hacen, en cierta forma, presentes y actuales. De esta manera Israel entiende su liberación de Egipto: cada vez que es celebrada la Pascua, los acontecimientos del Éxodo se hacen presentes a la memoria de los creyentes a fin de que conformen su vida a estos acontecimientos». Catecismo de la Iglesia Católica (1363). Jesucristo, con su pasión, muerte, resurrección y ascensión al cielo llevó a término la Pascua. Y la misa es el memorial de su Pascua, de su «éxodo», que cumplió por nosotros, para hacernos salir de la esclavitud e introducirnos en la tierra prometida de la vida eterna. No es solamente un recuerdo, no, es más: es hacer presente aquello que ha sucedido hace veinte siglos.

La eucaristía nos lleva siempre al vértice de las acciones de salvación de Dios: el Señor Jesús, haciéndose pan partido para nosotros, vierte sobre vosotros toda la misericordia y su amor, como hizo en la cruz, para renovar nuestro corazón, nuestra existencia y nuestro modo de relacionarnos con Él y con los hermanos. Dice el Concilio Vaticano II: «La obra de nuestra redención se efectúa cuantas veces se celebra en el altar el sacrificio de la cruz, por medio del cual «Cristo, que es nuestra Pascua, ha sido inmolado» (Cost. Dogm. Lumen gentium, 3).

Cada celebración de la eucaristía es un rayo de ese sol sin ocaso que es Jesús resucitado. Participar en la misa, en particular el domingo, significa entrar en la victoria del Resucitado, ser iluminados por su luz, calentados por su calor. A través de la celebración eucarística el Espíritu Santo nos hace partícipes de la vida divina que es capaz de transfigurar todo nuestro ser mortal. Y en su paso de la muerte a la vida, del tiempo a la eternidad, el Señor Jesús nos arrastra también a nosotros con Él para hacer la Pascua. En la misa se hace Pascua. Nosotros, en la misa, estamos con Jesús, muerto y resucitado y Él nos lleva adelante, a la vida eterna. En la misa nos unimos a Él. Es más, Cristo vive en nosotros y nosotros vivimos en Él: «Yo estoy crucificado con Cristo —dice san Pablo— y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí: la vida que sigo viviendo en la carne, la vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí» (Gálatas 2, 19-20). Así pensaba Pablo.

Su sangre, de hecho, nos libera de la muerte y del miedo a la muerte. Nos libera no solo del dominio de la muerte física, sino de la muerte espiritual que es el mal, el pecado, que nos toma cada vez que caemos víctimas del pecado nuestro o de los demás. Y entonces nuestra vida se contamina, pierde belleza, pierde significado, se marchita.

Cristo, en cambio, nos devuelve la vida; Cristo es la plenitud de la vida, y cuando afrontó la muerte la derrota para siempre: «Resucitando destruyó la muerte y nos dio vida nueva». (Oración eucarística iv). La Pascua de Cristo es la victoria definitiva sobre la muerte, porque Él trasformó su muerte en un supremo acto de amor. ¡Murió por amor! Y en la eucaristía, Él quiere comunicarnos su amor pascual, victorioso. Si lo recibimos con fe, también nosotros podemos amar verdaderamente a Dios y al prójimo, podemos amar como Él nos ha amado, dando la vida.

Si el amor de Cristo está en mí, puedo darme plenamente al otro, en la certeza interior de que si incluso el otro me hiriera, yo no moriría; de otro modo, debería defenderme. Los mártires dieron la vida precisamente por esta certeza de la victoria de Cristo sobre la muerte. Solo si experimentamos este poder de Cristo, el poder de su amor, somos verdaderamente libres de darnos sin miedo. Esto es la misa: entrar en esta pasión, muerte, resurrección y ascensión de Jesús; cuando vamos a misa es si como fuéramos al calvario, lo mismo. Pero pensad vosotros: si nosotros en el momento de la misa vamos al calvario —pensemos con imaginación— y sabemos que aquel hombre allí es Jesús. Pero, ¿nos permitiremos charlar, hacer fotografías, hacer espectáculo? ¡No! ¡Porque es Jesús! Nosotros seguramente estaremos en silencio, en el llanto y también en la alegría de ser salvados. Cuando entramos en la iglesia para celebrar la misa pensemos esto: entro en el calvario, donde Jesús da su vida por mí. Y así desaparece el espectáculo, desaparecen las charlas, los comentarios y estas cosas que nos alejan de esto tan hermoso que es la misa, el triunfo de Jesús.

Creo que hoy está más claro cómo la Pascua se hace presente y operante cada vez que celebramos la misa, es decir, el sentido del memorial. La participación en la eucaristía nos hace entrar en el misterio pascual de Cristo, regalándonos pasar con Él de la muerte a la vida, es decir, allí en el calvario. La misa es rehacer el calvario, no es un espectáculo.

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los provenientes de España y Latinoamérica. El Señor Jesús nos quiere comunicar en la Eucaristía su amor pascual para que podamos amar a Dios y a nuestro prójimo como él nos ha amado, entregando su propia vida. Que la Virgen Santa interceda ante su Hijo por todos nosotros, y nos alcance la gracia de ser hombres y mujeres que encuentren en el sacrificio eucarístico el centro de la propia existencia y la fuerza para vivir en el amor.



AUDIENCIA GENERAL, 15 DE NOVIEMBRE DE 2017 (TEXTO COMPLETO)
“LA MISA ES ORACIÓN”, tema de la catequesis del Papa

“La misa es oración”, ha dicho el Papa Francisco, y la oración es, “ante todo, diálogo, relación personal con Dios”, ha recordado.


El Papa ha impartido esta mañana, 15 de noviembre de 2017, en la audiencia general, la segunda catequesis sobre la Santa Misa, nuevo ciclo que comenzó la semana pasada.

En esta catequesis, el Santo Padre reflexiona sobre la misa como “oración” y ha explicado que la misa es la oración por excelencia, la más alta, la más sublime, y al mismo tiempo la más “concreta”, y ha aclarado: “porque es el encuentro de amor con Dios a través de su Palabra y del Cuerpo y la Sangre de Jesús. Es un encuentro con el Señor”.

Asimismo, el Papa ha explicado la importancia del silencio en la misa: “Rezar, como cualquier diálogo verdadero, es también saber permanecer en silencio”, y ha añadido que llegar antes de tiempo a la eucaristía, puede ser una ocasión para “prepararse al diálogo. Es el momento de recogerse en el corazón para prepararse al encuentro con Jesús”.

A continuación, sigue el texto completo de la catequesis pronunciada por el Papa Francisco en la audiencia general, publicada por la Oficina de Prensa de la Santa Sede.


CATEQUESIS DEL SANTO PADRE

Queridos hermanos y hermanas: ¡buenos días!

Continuamos con las catequesis sobre la santa misa. Para entender la belleza de la celebración eucarística me gustaría comenzar con un aspecto muy simple: La misa es oración, de hecho, es la oración por excelencia, la más alta, la más sublime, y al mismo tiempo la más “concreta”. Porque es el encuentro de amor con Dios a través de su Palabra y del Cuerpo y la Sangre de Jesús. Es un encuentro con el Señor.

Pero, primero, tenemos que responder una pregunta. ¿Qué es la oración realmente? En primer lugar es ante todo diálogo, relación personal con Dios. Y el hombre ha sido creado como un ser en relación personal con Dios que halla su relación plena  únicamente en el encuentro con su Creador. El camino de la vida es hacia el encuentro definitivo con el Señor.

El Libro de Génesis afirma que el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios, que es Padre Hijo y Espíritu Santo, una relación perfecta de amor que es unidad. De esto podemos entender que todos nosotros hemos sido creados para entrar en una relación perfecta de amor, en un entregarse y recibirse continuo para encontrar así la plenitud de nuestro ser.

Cuando Moisés, frente a la zarza ardiente, recibe la llamada de Dios, le pregunta cuál es su nombre, y ¿Qué responde Dios? : “Yo soy el que soy” (Éxodo 3:14). Esta expresión, en su sentido original, expresa presencia y favor, y, de hecho, inmediatamente después  Dios añade: “El Señor, el Dios de vuestros padres, Dios de Abraham, de Isaac, de Jacob” (v. 15). Así también  Cristo cuando llama a sus discípulos, los llama para que estén con Él .Esta es, pues, la gracia más grande: poder experimentar que la misa,  la eucaristía es el momento privilegiado para estar con Jesús, y a través de Él, con Dios y con los hermanos.

Rezar, como cualquier diálogo verdadero, es también saber permanecer en silencio, -en los diálogos hay momentos de silencio-,  en silencio con Jesús. Y cuando vamos a misa, a lo mejor llegamos cinco minutos antes y empezamos a charlar con el que está al lado. Pero no es el momento de charlar: es el momento del silencio para prepararse al diálogo. Es el momento de recogerse en el corazón para prepararse al encuentro con Jesús. ¡El silencio es tan importante! Acordaos de lo que dije la semana pasada: no vamos a un espectáculo, vamos al encuentro con el Señor  y el silencio nos prepara y nos acompaña. Permanecer en silencio junto con Jesús. Y del silencio misterioso de Dios brota su Palabra que resuena en nuestro corazón. Jesús mismo nos enseña cómo es realmente posible “estar” con el Padre y nos lo demuestra con su oración. Los Evangelios nos muestran a Jesús que se retira en lugares apartados para orar; los discípulos, al ver esta relación íntima con el Padre, sienten el deseo de participar  y le preguntan: “Señor, enséñanos a orar” (Lc 11, 1). Lo hemos escuchado en la lectura antes del principio de la audiencia. Jesús responde que lo primero que se necesita para orar es saber decir “Padre”. Prestemos atención: si yo no soy capaz de decir “Padre” a Dios, no soy capaz de rezar. Tenemos que aprender a decir “Padre”, es decir,  a ponernos en su presencia con una confianza filial. Pero para aprender, debemos reconocer humildemente que necesitamos que nos instruyan  y decir con sencillez: Señor,  enséñame a rezar.

Este es el primer punto: ser humilde, reconocerse hijo, reposar en el Padre, fiarse de Él. Para entrar en el Reino de los Cielos, es necesario hacerse pequeños como niños. En el sentido de que los niños saben fiarse, saben que alguien se preocupará de ellos, de lo que comerán, de lo que se pondrán, etc. (ver Mt 6: 25-32). Esta es la primera actitud: fiarse y confiar, como el niño con sus  padres; saber que Dios se acuerda de ti, te  cuida, a ti, a mí, a todos.

La segunda predisposición, que también es propia de los niños, es dejarse sorprender. El niño siempre hace mil preguntas porque quiere descubrir el mundo; y se maravilla incluso  de las  cosas pequeñas porque todo es nuevo para él. Para entrar en el Reino de los Cielos, hay que dejarse sorprender. En nuestra relación con el Señor,  en la oración, -pregunto-  ¿Nos dejamos maravillar o pensamos que la oración es hablar con Dios como hacen los loros? No; es fiarse, es abrir el corazón para dejarse maravillar. ¿Nos dejamos sorprender por Dios que es siempre el Dios de las sorpresas? Porque el encuentro con el Señor es siempre un encuentro vivo, no es un encuentro de museo. Es un encuentro vivo y nosotros vamos a misa, no a un museo. Vamos a un encuentro vivo con el Señor.

En el Evangelio se habla de un  tal Nicodemo (Jn 3, 1-2), un hombre anciano, una autoridad en Israel, que va donde Jesús para conocerlo; y el Señor le habla de la necesidad de “nacer de lo alto” (véase vers. 3). Pero, ¿qué significa? ¿Se puede “renacer”? Volver  a tener el gusto, la alegría, la maravilla de la vida, ¿es posible incluso frente a tantas tragedias? Esta es una pregunta fundamental de nuestra fe y este es el deseo de todo verdadero creyente: el deseo de renacer, la alegría de comenzar de nuevo. ¿Tenemos este deseo? ¿Cada uno de nosotros quiere renacer siempre para encontrar al Señor? ¿Vosotros tenéis este deseo? Efectivamente, se puede perder fácilmente porque, debido a tantas actividades, a tantos  proyectos que realizar, al final  nos queda poco tiempo y perdemos de vista lo que es fundamental: nuestra vida del corazón, nuestra vida espiritual, nuestra vida que es encuentro con el Señor en la oración.


En verdad, el Señor nos sorprende mostrándonos  que Él también nos ama en nuestras debilidades. “Jesucristo […] es  víctima de propiciación por nuestros pecados; no solo por los nuestros sino también por los del mundo entero (1 Jn 2: 2). Este don,  fuente de verdadero consuelo,  -pero el Señor siempre nos perdona- esto consuela, es un verdadero consuelo, es un don que se nos  da a través de la Eucaristía, ese banquete nupcial  donde el Esposo se encuentra con nuestra fragilidad, ¿Puedo decir que cuando comulgo en misa, el Señor  se encuentra con mi fragilidad? Sí; ¡podemos decirlo porque es verdad! El Señor se encuentra con nuestra fragilidad para llevarnos de vuelta a la primera llamada:. La de ser a imagen y semejanza de Dios Este es el ambiente de  la Eucaristía, esta es la oración.


EL TIPO DE AMOR QUE SUPONE EL MATRIMONIO





 Explicado a través de diez consejos:

La primera parte de estos consejos está dedicada fundamentalmente al diálogo, y la segunda al crecimiento de la persona.

 1 .Nunca discutir ante extraños: Y todos son extraños, también los hijos.
Si ustedes quieren, discutan, habrá problemas que requieran, que exijan una discusión, pero nunca ante extraños, siempre ustedes dos y discutir no es pelear. Nunca discutir ante extraños, entre ustedes todo lo que quieran, pero ante extraños, jamás, que nadie sepa que ustedes discuten. Nadie, no quiere decir que no va a haber discusiones normales, es lógico, son dos personas, son dos temperamentos, son dos caracteres diferentes, pero jamás ante extraños.

2. Diálogo : Diálogo siempre en frío, siempre, no olviden que cuando estamos exaltados, nerviosos, vamos a tener dos tendencias, una a no escuchar y dos a exagerar, y allí no se puede dialogar, con quien exagera y no escucha no se puede dialogar. Mantener el diálogo en ese ambiente de serenidad, de frialdad, para que realmente nos ayude a todos nosotros, para que nos enriquezca, para que no sea un tirarse piedritas uno al otro, no para aventárselos, no es para tirarse piedras, no, el diálogo es para entenderse.

3. Llegar siempre al fondo de las cosas: Muchos de los problemas de los matrimonios nacen porque no se llega al fondo de las cosas: “Mira, por amor a la paz...”  “Ya estuvimos discutiendo mucho esto... ya, ya, aquí nos contentamos, beso, abrazos y ya...”  Y no se arregla nada, hay que dialogar y llegar al fondo, y si sentimos que todavía las cosas no se han aclarado lo suficiente con serenidad, vamos a dialogar otra vez, vamos a discutir aquellos puntos en los que no estamos de acuerdo, lo importante es que en los dos haya la común voluntad de llegar al fondo del asunto, para ir solucionando todos los problemas uno detrás de otro, llegar siempre al fondo de las cosas.

4. El enojo estropea la razón: ¿Por qué?, porque cuando uno tiene la razón y se enoja, ya no la tiene, y actúa como si la tuviese enojado, y eso es gravísimo, en el momento en que estamos enojados, desde ese mismo momento ya no tenemos razón. Y fíjense que por enojo no me refiero a estar molestos, me refiero a esa actitud interior que me lleva, que me arrastra, que prácticamente me impide pensar.

5. La familia política- bien gracias- no se toca: Están conscientes de que no hay cosa que cause más problema que el “tu mamá”, “porque tu hermanito...”, con una serie de adjetivos. ¿La familia?, bien gracias. Sobre todo cuando se trata de herir al otro, no hay cosa más injusta que usar a la familia del otro para herir, porque cuando estamos diciendo “tu mamá es una tal por cual”, estamos diciendo “tú lo eres”; no es verdad, pero así estamos chantajeando afectivamente a la otra persona y eso no es justo. El esfuerzo tiene que ser de los dos, el equipo somos tú y yo, y la familia: bien gracias.

6. Todo para todos: Darse cuenta de que no es “mi carro”, “mi casa” y “tu tal otro”, no me toques “mi televisión”, deja “mi cartera”. Todo para todos, es realmente darnos cuenta de que esa comunidad es una realidad a nivel pareja y a nivel familia. Qué tremendo es cuando una familia está llena del “mi”, cuando todo es “nuestro”. Todo para todos, esto hay que entenderlo dentro del respeto a las cosas propias que hay en cada uno, todo para todos. Hay una película en la que una pareja está divorciada, pero la mamá va y les da de comer y hace las veces de mamá, y en una escena la niña no se quiere comer la sopa y la mamá le pregunta por qué. La niña le contesta: “Porque no me da la gana”, y la mamá le dice al esposo: “¿Ya ves cómo me contesta ‘tu’ hija?” El papá le pide a la niña que coma su sopa, la niña le contesta igual, y entonces el papá le dice a la ex esposa: “Es que educaste muy mal a ‘tu’ hija”. De repente, el pequeñito habla y pregunta: “¿Y yo de quién soy?”  Todo para todos.

7. Los retos se aceptan y nos hacen crecer: Durante la evolución del matrimonio, hay una serie de retos que van a ir presentándose y que antes no se habían presentado, que incluso llegan a cambiar ciertas estructuras que como pareja ya habían consolidado. En muchos casos estos retos se aceptan y sirven para crecer. Cuando una pareja busca anquilosarse en algo está perdida. Hay veces que nos toca ver situaciones bastante preocupantes: “No, es que yo no consiento en eso a mi marido”, muy mal; o es que “a mi mujer no le puede decir eso porque ni siquiera...”, muy mal, muy mal, hay que retarlo, porque si en ese campo la estructura matrimonial tiene que cambiar siendo un campo mutuo, siendo un campo necesario, tiene que cambiar, evidentemente estamos hablando de valores, del crecimiento en los valores, y de algún campo que en el fondo el egoísmo ha consolidado, ha anquilosado, tiene que cambiar. Nos consta que estructuras matrimoniales que parecía que iban a ser así toda la vida, cambian para bien lógicamente, para hacer favores, para una mayor generosidad, para una mayor comprensión entre los dos, porque todo lo que se anquilosa de una forma o de otra acaba separando al esposo de la esposa. Aceptar los retos de crecimiento personal que el otro me propone, aceptar los retos de crecimiento conyugal que el otro me propone o que yo pienso que debo meter en mi matrimonio, evidentemente.

8. La generosidad no se acaba: Cuando el otro empieza a pedirnos generosidad, no precisamente monetaria, sino generosidad de corazón, que es la verdadera, la otra no vale para nada. Cuando empieza a pedirme generosidad una y otra vez, y un sacrificio y luego otro, el matrimonio está creciendo. El día que yo cierro la fuente de la generosidad en cualquier campo de mi matrimonio, ese día el matrimonio comienza a decrecer. Muchas veces hay más generosidad en el otro de lo que pensamos, y cuántas veces hay más generosidad en nosotros de la que pensamos; la generosidad nunca se acaba.

9. Mirar atrás da dolor de cuello (y por eso hay muchos matrimonios con tortícolis): Hay cosas que no se pueden pasar y otras que hay que recordar, pero no olvidemos que la palabra recordar es una palabra de origen latino que significa volver a traer al corazón. Todo lo que yo vea desde atrás, tengo que verlo recordando, trayéndolo al corazón, volviéndolo a amar, amándolo como una parte de nuestro pasado que nos ayuda a construir nuestro futuro.

10. Buscar ser reflejo del Absoluto: Al final del libro El taller del orfebre, leemos:

Adán: Ana ha entrado en el camino del amor que perfecciona; había quien perfeccionar dando y recibiendo en una proporción diferente de la de antes, al principio lo único que Ana sintió por el esposo-que es su esposo- fue sufrimiento, con el paso del tiempo vino gradualmente la quietud, lo nuevo que iba creciendo era difícil de agarrar y sobre todo no tenía sabor alguno de amor, el motivo hay que buscarlo en el pasado, quizá algún día aprenderán los dos a saborear lo nuevo, acaso siempre el error se encuentra en el pasado es el amor que despojado de dimensiones absolutas arrebata a los hombres como si fuera el absoluto, se dejan llevar de la ilusión, y no tratan de fundar su amor en el Amor que sí posee la dimensión absoluta, el amor de un hombre y de una mujer necesita fundarse en el amor que sí posee la dimensión absoluta.


Buscar un puerto para el amor, ¿cuál es el puerto de nuestra vida conyugal?, ¿cuál es el puerto que sostiene nuestra vida conyugal?, ¿es un puerto despojado o lleno de dimensiones absolutas?



CATEQUESIS FAMILIAR (PAPA FRANCISCO)

EL PERDÓN EN LAS FAMILIAS




La familia es un gran gimnasio para entrenar el don del perdón recíproco, sin el cual ningún amor puede ser duradero. Sin donarse, sin perdonarse, el amor no permanece, no dura. En la oración que Él mismo nos ha enseñado -es decir, el Padre Nuestro- Jesús nos hace pedirle al Padre: «Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden». Y al final comenta: «Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes» (Mt 6,12.14-15). No se puede vivir sin perdonarse, o al menos no se puede vivir bien, especialmente en familia. Cada día nos faltamos al respeto el uno al otro.
Debemos poner en consideración estos errores, debidos a nuestra fragilidad y a nuestro egoísmo. Lo que se nos pide es sanar inmediatamente las heridas que nos hacemos, retejer inmediatamente los hilos que rompemos en la familia. Si esperamos demasiado, todo se hace más difícil. Y hay un secreto simple para sanar las heridas y para disolver las acusaciones. Y es este: no dejar que termine el día sin pedirse perdón, sin hacer la paz entre el marido y la mujer, entre padres e hijos, entre hermanos y hermanas… ¡entre nuera y suegra! Si aprendemos a pedirnos inmediatamente perdón y a darnos el perdón recíproco, sanan las heridas, el matrimonio se robustece, y la familia se transforma en una casa más sólida, que resiste a los choques de nuestras pequeñas y grandes maldades. Y para esto no es necesario hacer un gran discurso, sino que es suficiente una caricia, una caricia y ha terminado todo y se recomienza, pero no terminar el día en guerra ¿entienden?

Si aprendemos a vivir así en familia, lo hacemos también fuera, en todas partes que nos encontramos. Es fácil ser escépticos sobre esto. Muchos -también entre los cristianos- piensan que sea una exageración. Se dice: si, son bellas palabras, pero es imposible ponerlas en práctica. Pero gracias a Dios no es así. De hecho es precisamente recibiendo el perdón de Dios que, a su vez, somos capaces de perdonar a los otros. Por esto Jesús nos hace repetir estas palabras cada vez que rezamos la oración del Padre Nuestro, es decir cada día. Es indispensable que, en una sociedad a veces despiadada, haya lugares, como la familia, donde se aprenda a perdonar los unos a otros.






PENTECOSTÉS

“Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse. Había en Jerusalén hombres piadosos, que allí residían, venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo”.
(Hechos de los Apóstoles 2, 1-5)

La fiesta de Pentecostés es uno de los Domingos más importantes del año, después de la Pascua. En el Antiguo Testamento era la fiesta de la cosecha y, posteriormente, los israelitas, la unieron a la Alianza en el Monte Sinaí, cincuenta días después de la salida de Egipto.

Aunque durante mucho tiempo, debido a su importancia, esta fiesta fue llamada por el pueblo segunda Pascua, la liturgia actual de la Iglesia, si bien la mantiene como máxima solemnidad después de la festividad de Pascua, no pretende hacer un paralelo entre ambas, muy por el contrario, busca formar una unidad en donde se destaque Pentecostés como la conclusión de la cincuentena pascual. En este sentido, Pentecostés, no es una fiesta autónoma y no puede quedar sólo como la fiesta en honor al Espíritu Santo. Aunque lamentablemente, hoy en día, son muchísimos los fieles que aún tienen esta visión parcial, lo que lleva a empobrecer su contenido.

Hay que insistir que, la fiesta de Pentecostés, es el segundo domingo más importante del año litúrgico en donde los cristianos tenemos la oportunidad de vivir intensamente la relación existente entre la Resurrección de Cristo, su Ascensión y la venida del Espíritu Santo.

Es bueno tener presente, entonces, que todo el tiempo de Pascua es, también, tiempo del Espíritu Santo. Espíritu que es fruto de la Pascua, que estuvo en el nacimiento de la Iglesia y que, además, siempre estará presente entre nosotros, inspirando nuestra vida, renovando nuestro interior e impulsándonos a ser testigos en medio de la realidad que nos corresponde vivir.

Entre las muchas actividades que se preparan para esta fiesta, se encuentran, las ya tradicionales, Vigilias de Pentecostés que, bien pensadas y lo suficientemente preparadas, pueden ser experiencias profundas y significativas para quienes participan en ellas.

Una vigilia, que significa “Noche en vela” porque se desarrolla de noche, es un acto litúrgico, una importante celebración de un grupo o una comunidad que vigila y reflexiona en oración mientras la población duerme.

Los cristianos celebran en el Pentecostés la Venida del Espíritu Santo, que tuvo lugar, según la Biblia, el quincuagésimo día después de la Resurrección de Jesucristo.


El Nuevo Testamento relata el descenso del Espíritu Santo durante una reunión de los Apóstoles en Jerusalén (Hechos de los Apóstoles, II), acontecimiento que marcaría el nacimiento de la Iglesia cristiana y la propagación de la fe de Cristo. Por ello, la Iglesia dedica la semana del Pentecostés en honor al Espíritu Santo, pero también celebra la Consagración de la Iglesia, cuyo principio lo marca esta epifanía.




Los cincuenta días que van desde el domingo de resurrección hasta el domingo de Pentecostés.

Cristo triunfó sobre la muerte y con esto nos abrió las puertas del Cielo. En la Misa dominical recordamos de una manera especial esta gran alegría. Se enciende el Cirio Pascual que representa la luz de Cristo resucitado y que permanecerá prendido hasta el día de la Ascensión, cuando Jesús sube al Cielo.

La Resurrección de Jesús es un hecho histórico, cuyas pruebas entre otras, son el sepulcro vacío y las numerosas apariciones de Jesucristo a sus apóstoles.
Cuando celebramos la Resurrección de Cristo, estamos celebrando también nuestra propia liberación. Celebramos la derrota del pecado y de la muerte.

En la resurrección encontramos la clave de la esperanza cristiana: si Jesús está vivo y está junto a nosotros, ¿qué podemos temer?, ¿qué nos puede preocupar?
Cualquier sufrimiento adquiere sentido con la Resurrección, pues podemos estar seguros de que, después de una corta vida en la tierra, si hemos sido fieles, llegaremos a una vida nueva y eterna, en la que gozaremos de Dios para siempre.
San Pablo nos dice: “Si Cristo no hubiera resucitado, vana seria nuestra fe” (I Corintios 15,14)

Si Jesús no hubiera resucitado, sus palabras hubieran quedado en el aire, sus promesas hubieran quedado sin cumplirse y dudaríamos que fuera realmente Dios.

Pero, como Jesús sí resucitó, entonces sabemos que venció a la muerte y al pecado; sabemos que Jesús es Dios, sabemos que nosotros resucitaremos también, sabemos que ganó para nosotros la vida eterna y de esta manera, toda nuestra vida adquiere sentido.

La Resurrección es una luz para los hombres y cada cristiano debe irradiar esa misma luz a todos los hombres haciéndolos partícipes de la alegría de la Resurrección por medio de sus palabras, su testimonio y su trabajo apostólico.
Con el Domingo de Resurrección comienza un Tiempo pascual, en el que recordamos el tiempo que Jesús permaneció con los apóstoles antes de subir a los cielos, durante la fiesta de la Ascensión.


La fiesta de la Pascua es tan importante, que un solo día no nos alcanza para festejarla. Por eso la Iglesia ha fijado una octava de Pascua (ocho días) para contemplar la Resurrección y un Tiempo Pascual (cincuenta días) para seguir festejando la Resurrección del Señor.

(en la parte inferior de la imagen aparece un recuadro pequeño. oprima, para verlo en grande)

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Estamos en el tiempo de la Cuaresma que nos invita a la reconciliación con Dios y que Él nos perdones de nuestros pecados. En la Cuaresma, Cristo nos invita a cambiar de vida. La Iglesia nos invita a vivir la Cuaresma como un camino hacia Jesucristo, escuchando la Palabra de Dios, orando, compartiendo con el prójimo y haciendo obras buenas. Nos invita a vivir una serie de actitudes cristianas que nos ayudan a parecernos más a Jesucristo, ya que por acción de nuestro pecado, nos alejamos más de Dios.
Por ello, la Cuaresma es el tiempo del perdón y de la reconciliación fraterna. Cada día, durante toda la vida, hemos de arrojar de nuestros corazones el odio, el rencor, la envidia, los celos que se oponen a nuestro amor a Dios y a los hermanos. En Cuaresma, aprendemos a conocer y apreciar la Cruz de Jesús. Con esto aprendemos también a tomar nuestra cruz con alegría para alcanzar la gloria de la resurrección.
- Es por eso que les dejamos este subsidio para que nos ayude de motivación para el itinerario de conversión

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En este espacio de nuestra CATEQUESIS FAMILIAR tratamos distintos temas que pensamos que son del interés general. Queremos compartirte cuales son nuestros conceptos sobre lo que debe ser este espacio a fin de que nos hagan llegar sugerencias para que, complementando con las nuestras, este sea un verdadero espacio evangelizador que ayude a enriquecer la vida de fe de nuestras familias. Esperamos que nos hagan llegar sus ideas.

CATEQUESIS FAMILIAR

La parroquia y la escuela no pueden sustituir a la familia en su misión educadora y evangelizadora, de ahí la importancia de esta metodología y su deseable integración parroquial en la iniciación en la fe. En esta forma de catequesis los adultos deben ser objeto de una atención constante porque es la catequesis que hacen los padres con sus propios hijos.
La catequesis familiar es una respuesta a las necesidades reales de nuestro tiempo, pues la evangelización de las familias es una prioridad de la Iglesia, como recordó el papa Benedicto XVI en su visita a Valencia, con ocasión del Encuentro Mundial de las Familias en julio de 2006, y como vienen insistiendo constantemente los obispos de España.

Juan Pablo II en su encíclica Redemptor Hominis (n. 19), afirma que la forma fundamental de catequesis es la catequesis familiar. Él tuvo una intensa experiencia de este tipo de catequesis durante su ministerio sacerdotal y episcopal en Polonia. En aquellos años el régimen comunista impartía en las escuelas públicas de Polonia una educación obligatoria, laica y atea, inspirada en los postulados del marxismo. La Iglesia católica respondió impulsando al máximo las catequesis familiares, es decir la transmisión de la fe en cada familia, bajo la orientación del párroco del lugar.

Algunos principios teológico-pastorales:

Dios actúa siempre sin prisa.
Deja a salvo en todo caso, la libertad del hombre.
Se limita a llamar permanentemente a la conversión del corazón.
Es exigente para aquél que lo descubre y libremente se adhiere a El.
Se manifiesta como Dios de un Pueblo, no de individuos aislados: Ha establecido que la fe sea transmitida por otros hombres.
El establecimiento de su Reino es la tarea fundamental de los cristianos a través de la historia y de “su historia”.

Principios pedagógico-cristianos

Jesús unió siempre los gestos a las palabras: su método era activo y existencial.
Entregó su mensaje de forma progresiva y adaptada a los que le escuchaban: era el Maestro.
Conoció a sus seguidores y de entre ellos eligió a los apóstoles. A ellos los preparó para la misión advirtiéndoles de las dificultades que iban a encontrar en la sociedad, en los grupos, en las costumbres y en las personas.
A sus seguidores los escuchó, comprendió y los animó en sus momentos difíciles, abriéndoles un horizonte misionero hacia todos los pueblos razas y culturas.




Hoy en nuestra catequesis familiar queremos tratar un tema muy importante y que a menudo se olvida: LA IMPORTANCIA DE ACOMPAÑAR A NUESTROS ADULTOS MAYORES. Suele suceder que con las ocupaciones de cada día se nos llenen las horas de eternas carreras entre el estudio, el trabajo, los quehaceres, los niños, y de pronto el tiempo pasa, llega la hora de dormir y no tuvimos tiempo para llamar a nuestro ser querido y mucho menos, visitarlo, incluso a veces viven con nosotros y nuestro contacto con ellos se limitó a lo estrictamente necesario.

Nunca es tarde para afianzar relaciones con nuestros adultos mayores y con ello no sólo ganaremos bendiciones del Señor sino que también haremos que la vida de ellos sea más alegre y llevadera con todo y las dificultades de salud que a veces presentan.

Tener a un adulto mayor en casa es la ocasión propicia para conocer más acerca de nuestras propias raíces, poder nutrirnos de su experiencia y vislumbrar en ellos algo de lo que puede llegar a depararnos el futuro: Razgos, actitudes, incluso a veces enfermedades, pero no mirando eso con negativismo sino desde la mirada de la prevención.

A veces nuestros seres queridos carecen de salud y llegamos a convertirnos en personas esenciales para sus vidas, ya sea para administrarles los medicamentos, llevarlos al médico, sacarlos a caminar o, en casos más complicados, prestarles asistencias en cosas tan básicas como alimentarse, bañarse, vestirse, etc. Sin embargo, no debemos mirar nuestra labor de acompañamiento como una cruz pesada que estamos obligados a cargar, al contrario, Dios a nadie obliga pero la bendición que se obtiene es inmensa.

Ya lo decía el Papa Francisco en su discurso para la Jornada Mundial del enfermo 2015 al afirmar que al cuidar al enfermo podemos estar unidos a la Carne de Cristo sufriente. Tener en casa, o al menos en la familia, a alguien de la tercera edad, nos permite crecer más en nuestra vida de fe a partir de ese “donarnos” a nosotros mismos en favor de este ser que necesita todo el amor y el acompañamiento posibles, cuya labor él mismo (o ella misma) ya desempeñó en su juventud con nosotros mismos o con otras personas.

Recordemos pues que nuestros adultos mayores son tan amados por Dios como nosotros mismos y de nuestro obrar con ellos también le daremos cuentas a Dios. No desaproveches esa gran oportunidad de amar, acompañar y enriquecer la vida de ellos. Nunca serán una carga si lo haces con amor y como ofrenda a Dios.

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MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
CON OCASIÓN DE LA XXIII JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO 2015

Sapientia cordis.«Era yo los ojos del ciego y del cojo los pies»
(Jb 29,15)

Queridos hermanos y hermanas:

Con ocasión de la XXIII Jornada Mundial de Enfermo, instituida por san Juan Pablo II, me dirijo a vosotros que lleváis el peso de la enfermedad y de diferentes modos estáis unidos a la carne de Cristo sufriente; así como también a vosotros, profesionales y voluntarios en el ámbito sanitario.
El tema de este año nos invita a meditar una expresión del Libro de Job: «Era yo los ojos del ciego y del cojo los pies» (29,15). Quisiera hacerlo en la perspectiva de la sapientia cordis, la sabiduría del corazón.

1. Esta sabiduría no es un conocimiento teórico, abstracto, fruto de razonamientos. Antes bien, como la describe Santiago en su Carta, es «pura, además pacífica, complaciente, dócil, llena de compasión y buenos frutos, imparcial, sin hipocresía» (3,17). Por tanto, es una actitud infundida por el Espíritu Santo en la mente y en el corazón de quien sabe abrirse al sufrimiento de los hermanos y reconoce en ellos la imagen de Dios. De manera que, hagamos nuestra la invocación del Salmo: «¡A contar nuestros días enséñanos / para que entre la sabiduría en nuestro corazón!» (Sal 90,12). En esta sapientia cordis, que es don de Dios, podemos resumir los frutos de la Jornada Mundial del Enfermo.

2. Sabiduría del corazón es servir al hermano. En el discurso de Job que contiene las palabras «Era yo los ojos del ciego y del cojo los pies», se pone en evidencia la dimensión de servicio a los necesitados de parte de este hombre justo, que goza de cierta autoridad y tiene un puesto de relieve entre los ancianos de la ciudad. Su talla moral se manifiesta en el servicio al pobre que pide ayuda, así como también en el ocuparse del huérfano y de la viuda (vv.12-13).

Cuántos cristianos dan testimonio también hoy, no con las palabras, sino con su vida radicada en una fe genuina, y son «ojos del ciego» y «del cojo los pies». Personas que están junto a los enfermos  que tienen necesidad de una asistencia continuada, de una ayuda para lavarse, para vestirse, para alimentarse. Este servicio, especialmente cuando se prolonga en el tiempo, se puede volver fatigoso y pesado. Es relativamente fácil servir por algunos días, pero es difícil cuidar de una persona durante meses o incluso durante años, incluso cuando ella ya no es capaz de agradecer. Y, sin embargo, ¡qué gran camino de santificación es éste! En esos momentos se puede contar de modo particular con la cercanía del Señor, y se es también un apoyo especial para la misión de la Iglesia.

3. Sabiduría del corazón es estar con el hermano. El tiempo que se pasa junto al enfermo es un tiempo santo. Es alabanza a Dios, que nos conforma a la imagen de su Hijo, el cual «no ha venido para ser servido, sino para servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mt 20,28). Jesús mismo ha dicho: «Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve» (Lc 22,27).

Pidamos con fe viva al Espíritu Santo que nos otorgue la gracia de comprender el valor del acompañamiento, con frecuencia silencioso, que nos lleva a dedicar tiempo a estas hermanas y a estos hermanos que, gracias a nuestra cercanía y a nuestro afecto, se sienten más amados y consolados. En cambio, qué gran mentira se esconde tras ciertas expresiones que insisten mucho en la «calidad de vida», para inducir a creer que las vidas gravemente afligidas por enfermedades no serían dignas de ser vividas.

4. Sabiduría del corazón es salir de sí hacia el hermano. A veces nuestro mundo olvida el valor especial del tiempo empleado junto a la cama del enfermo, porque estamos apremiados por la prisa, por el frenesí del hacer, del producir, y nos olvidamos de la dimensión de la gratuidad, del ocuparse, del hacerse cargo del otro. En el fondo, detrás de esta actitud hay frecuencia una fe tibia, que ha olvidado aquella palabra del Señor, que dice: «A mí me lo hicisteis» (Mt 25,40).

Por esto, quisiera recordar una vez más «la absoluta prioridad de la “salida de sí hacia el otro” como uno de los mandamientos principales que fundan toda norma moral y como el signo más claro para discernir acerca del camino de crecimiento espiritual como respuesta a la donación absolutamente gratuita de Dios» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 179). De la misma naturaleza misionera de la Iglesia brotan «la caridad efectiva con el prójimo, la compasión que comprende, asiste y promueve» (ibíd.).

5. Sabiduría del corazón es ser solidarios con el hermano sin juzgarlo. La caridad tiene necesidad de tiempo. Tiempo para curar a los enfermos y tiempo para visitarles. Tiempo para estar junto a ellos, como hicieron los amigos de Job: «Luego se sentaron en el suelo junto a él, durante siete días y siete noches. Y ninguno le dijo una palabra, porque veían que el dolor era muy grande» (Jb2,13). Pero los amigos de Job escondían dentro de sí un juicio negativo sobre él: pensaban que su desventura era el castigo de Dios por una culpa suya. La caridad verdadera, en cambio, es participación que no juzga, que no pretende convertir al otro; es libre de aquella falsa humildad que en el fondo busca la aprobación y se complace del bien hecho.

La experiencia de Job encuentra su respuesta auténtica sólo en la Cruz de Jesús, acto supremo de solidaridad de Dios con nosotros, totalmente gratuito, totalmente misericordioso. Y esta respuesta de amor al drama del dolor humano, especialmente del dolor inocente, permanece para siempre impregnada en el cuerpo de Cristo resucitado, en sus llagas gloriosas, que son escándalo para la fe pero también son verificación de la fe (Cf. Homilía con ocasión de la canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II, 27 de abril de 2014).

También cuando la enfermedad, la soledad y la incapacidad predominan sobre nuestra vida de donación, la experiencia del dolor puede ser lugar privilegiado de la transmisión de la gracia y fuente para lograr y reforzar la sapientia cordis. Se comprende así cómo Job, al final de su experiencia, dirigiéndose a Dios puede afirmar: «Yo te conocía sólo de oídas, mas ahora te han visto mis ojos» (42,5). De igual modo, las personas sumidas en el misterio del sufrimiento y del dolor, acogido en la fe, pueden volverse testigos vivientes de una fe que permite habitar el mismo sufrimiento, aunque con su inteligencia el hombre no sea capaz de comprenderlo hasta el fondo.

6. Confío esta Jornada Mundial del Enfermo a la protección materna de María, que ha acogido en su seno y ha generado la Sabiduría encarnada, Jesucristo, nuestro Señor.
Oh María, Sede de la Sabiduría, intercede, como Madre nuestra por todos los enfermos y los que se ocupan de ellos. Haz que en el servicio al prójimo que sufre y a través de la misma experiencia del dolor, podamos acoger y hacer crecer en nosotros la verdadera sabiduría del corazón.
Acompaño esta súplica por todos vosotros con la Bendición Apostólica.

Vaticano, 30 de diciembre de 2014
Memorial de San Francisco Javier



FRANCISCUS


A veces nos sentimos verdaderamente muertos o desalentados espiritualmente. Podemos llegar a sentir el peso de las horas como en un recorrido lento que nos roba la fuerza y los sentimientos se hacen confusos y la mente se bloquea o nos llena de pensamientos negativos. Es ahí cuando debemos tomar nuestra energía de reserva y orar. Orar aún sin palabras si es que éstas no fluyen. Orar así sea sólo con lágrimas, no importa, Dios siempre entiende nuestra oración. Dios es presencia siempre fiel a nuestro lado. Nunca estamos solos, siempre estamos rodeados de presencias y es por eso que aún en los momentos de mayor sequedad espiritual podemos tener la certeza de que no estamos solos. Hay tantos momentos en que nos sentimos perdidos, confundidos: Ese ser querido que fallece, esa distancia que nos separa de alguien, ese familiar o amigo que nos falló, el amor que perdimos, el empleo que no alcanzamos o no pudimos conservar, el proyecto que no pudo realizarse y allí, como vigilante eficaz dispuesto a darnos la estocada final, está Satanás. Satanás siempre se vale de nuestros miedos para hacernos creer que nada va a mejorar, que todo está perdido y que ningún problema tiene solución. Él es el padre del engaño, de la mentira, de la traición y se recrea con nuestro desespero burlándose de nosotros y buscando ponernos trampas para que nos alejemos del camino correcto y poder asechar nuestra alma para ganarla para él. Satanás nos hace creer que Dios tiene la culpa de todo lo malo que nos ocurre y nuestra fragilidad humana nos refuerza esa percepción de las cosas porque a menudo olvidamos que las cosas buenas que vivimos son propicias para agradecer a Dios y con afán buscamos culpables cuando las cosas no salen bien y él es el más fácil de culpar y no pensamos en que a menudo nuestros propios actos son los que desencadenan los malos resultados. Dios permite que las pruebas ocurran, que las dificultades se presenten pero no las pone Él, las permite, que es diferente, pues es ahí donde nuestra fe es probada y donde vamos creciendo espiritualmente. Él nos da las bendiciones y si se lo pedimos con fe, nos da la fortaleza para sobrellevar las dificultades porque el oro se prueba en el crisol, es decir, quiere que seamos capaces de superar las dificultades y salir más fortalecidos porque todo ello nos lleva al camino de la purificación que es lo que necesitamos para poder alcanzar la gracia y ser partícipes de Su promesa de Salvación. Además, Dios dispuso para nosotros numerosas ayudas para que nos sirvan de herramienta para luchar y vencer en las dificultades, entre ellas tenemos la oración, los sacramentos, los frutos y dones del Espíritu Santo, el Santo Rosario, la Santa Misa y la Sagrada Eucaristía. Ánimo, no te rindas!! Recuerda que Dios está contigo.
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Sabes por qué celebramos en Octubre el mes de las misiones?
           
“La Obra Pontificia de Propagación de la Fe despliega su actividad a lo largo de todo el año, pero con mayor intensidad durante el mes de octubre. Este debe ser considerado en todos los países como el Mes de las Misiones, del que el penúltimo domingo, denominado Jornada Mundial de las Misiones, es su momento culminante” (Estatuto de las Obras Misionales Pontificias, art. 7).
           
OCTUBRE UN MES DEDICADO A LA MISIÓN UNIVERSAL

El llamado “Octubre Misionero” surge de la necesidad de preparar convenientemente el DOMUND, para que esta Jornada pueda dar mayores frutos y para contribuir a que arraigue de modo estable en los cristianos la conciencia de su común responsabilidad en la evangelización del mundo. Siendo el DOMUND “la fiesta de la catolicidad y de la solidaridad universal” (Estatuto OMP, art. 7), es natural dar a esta Jornada un marco que ayude a comprender mejor la riqueza y trascendencia de lo que se celebra en ella.

 La Congregación para la Evangelización de los Pueblos nos solicita, por eso, lo siguiente: “Para que el mes de octubre brinde a los cristianos la ocasión de dar una dimensión universal a su cooperación misionera, y para aumentar el espíritu misional en el pueblo cristiano, foméntense las oraciones y los sacrificios diarios, de suerte que la celebración anual de la Jornada Mundial de las Misiones venga a ser exponente espontáneo de ese espíritu” (Estatuto OMP, art. 8).

A modo orientativo, y para canalizar las acciones propias de la cooperación misionera, ya es tradicional que cada una de estas cuatro semanas se centre en potenciar sendas dimensiones de la vida cristiana proyectada hacia la misión: la oración, el sacrificio, la cooperación económica (limosna) y la vocación misionera. Obras Misionales Pontificias ofrece todos los años distintos materiales y sugerencias para vivir estas semanas, teniendo en cuenta también el lema y enfoque de la Jornada del DOMUND correspondiente.

A continuación retomaremos un documento escrito por el Papa Francisco a principios de este año respecto a la Jornada Mundial de las Misiones

MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PARA LA JORNADA MUNDIAL DE LAS MISIONES 2015

Queridos hermanos y hermanas:

La Jornada Mundial de las Misiones 2015 tiene lugar en el contexto del Año de la Vida Consagrada, y recibe de ello un estímulo para la oración y la reflexión. De hecho, si todo bautizado está llamado a dar testimonio del Señor Jesús proclamando la fe que ha recibido como un don, esto es particularmente válido para la persona consagrada, porque entre la vida consagrada y la misión subsiste un fuerte vínculo. El seguimiento de Jesús, que ha dado lugar a la aparición de la vida consagrada en la Iglesia, responde a la llamada a tomar la cruz e ir tras él, a imitar su dedicación al Padre y sus gestos de servicio y de amor, a perder la vida para encontrarla. Y dado que toda la existencia de Cristo tiene un carácter misionero, los hombres y las mujeres que le siguen más de cerca asumen plenamente este mismo carácter.

La dimensión misionera, al pertenecer a la naturaleza misma de la Iglesia, es también intrínseca a toda forma de vida consagrada, y no puede ser descuidada sin que deje un vacío que desfigure el carisma. La misión no es proselitismo o mera estrategia; la misión es parte de la “gramática” de la fe, es algo imprescindible para aquellos que escuchan la voz del Espíritu que susurra “ven” y “ve”. Quién sigue a Cristo se convierte necesariamente en misionero, y sabe que Jesús «camina con él, habla con él, respira con él. Percibe a Jesús vivo con él en medio de la tarea misionera» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 266).

La misión es una pasión por Jesús pero, al mismo tiempo, es una pasión por su pueblo. Cuando nos detenemos ante Jesús crucificado, reconocemos todo su amor que nos dignifica y nos sostiene; y en ese mismo momento percibimos que ese amor, que nace de su corazón traspasado, se extiende a todo el pueblo de Dios y a la humanidad entera. Así redescubrimos que él nos quiere tomar como instrumentos para llegar cada vez más cerca de su pueblo amado (cf. ibíd., 268) y de todos aquellos que lo buscan con corazón sincero. En el mandato de Jesús: “id” están presentes los escenarios y los desafíos siempre nuevos de la misión evangelizadora de la Iglesia. En ella todos están llamados a anunciar el Evangelio a través del testimonio de la vida; y de forma  especial se pide a los consagrados que escuchen la voz del Espíritu, que los llama a ir a las grandes periferias de la misión, entre las personas a las que aún no ha llegado el Evangelio.

El quincuagésimo aniversario del Decreto conciliar Ad gentes nos invita a releer y meditar este documento que suscitó un fuerte impulso misionero en los Institutos de Vida Consagrada. En las comunidades contemplativas retomó luz y elocuencia la figura de santa Teresa del Niño Jesús, patrona de las misiones, como inspiradora del vínculo íntimo de la vida contemplativa con la misión. Para muchas congregaciones religiosas de vida activa el anhelo misionero que surgió del Concilio Vaticano II se puso en marcha con una apertura extraordinaria a la misión ad gentes, a menudo acompañada por la acogida de hermanos y hermanas provenientes de tierras y culturas encontradas durante la evangelización, por lo que hoy en día se puede hablar de una interculturalidad generalizada en la vida consagrada. Precisamente por esta razón, es urgente volver a proponer el ideal de la misión en su centro: Jesucristo, y en su exigencia: la donación total de sí mismo a la proclamación del Evangelio. No puede haber ninguna concesión sobre esto: quién, por la gracia de Dios, recibe la misión, está llamado a vivir la misión. Para estas personas, el anuncio de Cristo, en las diversas periferias del mundo, se convierte en la manera de vivir el seguimiento de él y recompensa los muchos esfuerzos  y privaciones. Cualquier tendencia a desviarse de esta vocación, aunque sea acompañada por nobles motivos relacionados con la muchas necesidades pastorales, eclesiales o humanitarias, no está en consonancia con el llamamiento personal del Señor al servicio del Evangelio. En los Institutos misioneros los formadores están llamados tanto a indicar clara y honestamente esta perspectiva de vida y de acción como a actuar con autoridad en el discernimiento de las vocaciones misioneras auténticas. Me dirijo especialmente a los jóvenes, que siguen siendo capaces de dar testimonios valientes y de realizar hazañas generosas a veces contra corriente: no dejéis que os roben el sueño de una misión auténtica, de un seguimiento de Jesús que implique la donación total de sí mismo. En el secreto de vuestra conciencia, preguntaos cuál es la razón por la que habéis elegido la vida religiosa misionera y medid la disposición a aceptarla por lo que es: un don de amor al servicio del anuncio del Evangelio, recordando que, antes de ser una necesidad para aquellos que no lo conocen, el anuncio del Evangelio es una necesidad para los que aman al Maestro.

Hoy, la misión se enfrenta al reto de respetar la necesidad de todos los pueblos de partir de sus propias raíces y de salvaguardar los valores de las respectivas culturas. Se trata de conocer y respetar otras tradiciones y sistemas filosóficos, y reconocer a cada pueblo y cultura el derecho de hacerse ayudar por su propia tradición en la inteligencia del misterio de Dios y en la acogida del Evangelio de Jesús, que es luz para las culturas y fuerza transformadora de las mismas.

Dentro de esta compleja dinámica, nos preguntamos: “¿Quiénes son los destinatarios privilegiados del anuncio evangélico?” La respuesta es clara y la encontramos en el mismo Evangelio:  los pobres, los pequeños, los enfermos, aquellos que a menudo son despreciados y olvidados, aquellos que no tienen como pagarte (cf. Lc 14,13-14). La evangelización, dirigida preferentemente a ellos, es signo del Reino que Jesús ha venido a traer: «Existe un vínculo inseparable entre nuestra fe y los pobres. Nunca los dejemos solos» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 48). Esto debe estar claro especialmente para las personas que abrazan la vida consagrada misionera: con el voto de pobreza se escoge seguir a Cristo en esta preferencia suya, no ideológicamente, sino como él, identificándose con los pobres, viviendo como ellos en la precariedad de la vida cotidiana y en la renuncia de todo poder para convertirse en hermanos y hermanas de los últimos, llevándoles el testimonio de la alegría del Evangelio y la expresión de la caridad de Dios.

Para vivir el testimonio cristiano y los signos del amor del Padre entre los pequeños y los pobres, las personas consagradas están llamadas a promover, en el servicio de la misión, la presencia de los fieles laicos. Ya  el Concilio Ecuménico Vaticano II afirmaba: «Los laicos cooperan a la obra de evangelización de la Iglesia y participan de su misión salvífica a la vez como testigos y como instrumentos vivos» (Ad gentes, 41). Es necesario que los misioneros consagrados se abran cada vez con mayor valentía a aquellos que están dispuestos a colaborar con ellos, aunque sea por un tiempo limitado, para una experiencia sobre el terreno. Son hermanos y hermanas que quieren compartir la vocación misionera inherente al Bautismo. Las casas y las estructuras de las misiones son lugares naturales para su acogida y su apoyo humano, espiritual y apostólico.

Las Instituciones y Obras misioneras de la Iglesia están totalmente al servicio de los que no conocen el Evangelio de Jesús. Para lograr eficazmente este objetivo, estas necesitan los carismas y el compromiso misionero de los consagrados, pero también, los consagrados, necesitan una estructura de servicio, expresión de la preocupación del Obispo de Roma para asegurar la koinonía, de forma que la colaboración y la sinergia sean una parte integral del testimonio misionero. Jesús ha puesto la unidad de los discípulos, como condición para que el mundo crea (cf. Jn 17,21). Esta convergencia no equivale a una sumisión jurídico-organizativa a organizaciones institucionales, o a una mortificación de la fantasía del Espíritu que suscita la diversidad, sino que significa dar más eficacia al mensaje del Evangelio y promover aquella unidad de propósito que es también  fruto del Espíritu.

La Obra Misionera del Sucesor de Pedro tiene un horizonte apostólico universal. Por ello también necesita de los múltiples carismas de la vida consagrada, para abordar al vasto horizonte de la evangelización y para poder garantizar una adecuada presencia en las fronteras y territorios alcanzados.

Queridos hermanos y hermanas, la pasión del misionero es el Evangelio. San Pablo podía afirmar: «¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!» (1 Cor 9,16). El Evangelio es fuente de alegría, de liberación y de salvación para todos los hombres. La Iglesia es consciente de este don, por lo tanto, no se cansa de proclamar sin cesar a todos «lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos» (1 Jn 1,1). La misión de los servidores de la Palabra -obispos, sacerdotes, religiosos y laico- es la de poner a todos, sin excepción, en una relación personal con Cristo. En el inmenso campo de la acción misionera de la Iglesia, todo bautizado está llamado a vivir lo mejor posible su compromiso, según su situación personal. Una respuesta generosa a esta vocación universal la pueden ofrecer los consagrados y las consagradas, a través de una intensa vida de oración y de unión con el Señor y con su sacrificio redentor.

Mientras encomiendo a María, Madre de la Iglesia y modelo misionero, a todos aquellos que, ad gentes o en su propio territorio, en todos los estados de vida cooperan al  anuncio del Evangelio, os envío de todo corazón mi Bendición Apostólica.


Estamos preparando material para nuestras pestañas de Catequesis para niños, jóvenes y adultos que esperamos sean de ayuda para padres, catequistas y profesores. Próximamente los daremos a conocer.



Aprovechando que finalizando septiembre celebramos la Fiesta de los Arcángeles, vamos a conocer un poco de ellos, que hacen parte de esos seres espirituales que habitan el cielo.

Antes que nada tenemos que recordar que el culto excesivo a los ángeles, invocarlos con nombres que creemos que nos han sido inspirados, clasificarlos en jerarquías según el color de su ropa, atribuir a ellos milagros y hasta decir que son canalizadores de energías, entre otras ideas, son prácticas que no tienen nada que ver con nuestra fe católica, todo lo contrario, son movimientos de Nueva Era que lo único que logran es confundir y atraer a nosotros ideas y acciones que pueden ser muy peligrosas. Los ángeles no son ni amuletos, ni semidioses.


Luego de esta advertencia, seguimos con nuestra temática diciendo que los Arcángeles son quienes están al servicio directo de Dios y cumplen para Él misiones especiales: Miguel Arcángel es el defensor de los intereses divinos y fue él quien salió en defensa del Señor cuando unos ángeles se rebelaron contra Dios y ante su grito de “Quién como Dios” se dio la batalla que hizo que los rebeldes fueran expulsados y se convirtieran en ángeles caídos.




Gabriel es quien lleva los grandes anuncios del Señor y por él la Santísima Virgen conoció la noticia de la Encarnación del Hijo de Dios que le fue consultada para llevarla a cabo en ella. 





Rafael, cuyo nombre significa “Dios sana”, es conocido por su intervención en varios aspectos relacionados con la salud física y espiritual, como cuando acompañó a Tobías a buscar esposa y le ayudó en las situaciones que se presentaron.



En numerosas partes de la Biblia nos muestran citas que dan cuenta del papel de los ángeles:
  • El Profeta Daniel habla de un “ser que parecía varón” que se le acercó. (Daniel 8, 15-16; 9,21)
  • San Pedro pudo huir de la cárcel con la ayuda de un ángel. (Hechos 12, 7 y varios más a partir de allí)
  • Su participación en las celebraciones celestiales por la conversión de los pecadores: "Los ángeles se regocijan cuando un pecador se arrepiente", (Lucas 15, 10).
  • Porque en él fueron creadas toda las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las Potestades: todo fue creado por él y para él. (Colosenses 1, 16.)

Existen muchas otras citas, pues, por ejemplo en el Antiguo Testamento, se mencionan más de 300 veces.
Ahora vamos a conocer lo que dice el Catecismo de la Iglesia Católica acerca de los ángeles:

SEGUNDA SECCIÓN: LA PROFESIÓN DE LA FE CRISTIANA

EL CIELO Y LA TIERRA


325 El Símbolo de los Apóstoles profesa que Dios es "el Creador del cielo y de la tierra", y el Símbolo Niceno-Constantinopolitano explicita: "...de todo lo visible y lo invisible".

326 En la sagrada Escritura, la expresión "cielo y tierra" significa: todo lo que existe, la creación entera. Indica también el vínculo que, en el interior de la creación, a la vez une y distingue cielo y tierra: "La tierra", es el mundo de los hombres (cf Sal 115, 16). "El cielo" o "los cielos" puede designar el firmamento (cf Sal 19, 2), pero también el "lugar" propio de Dios: "nuestro Padre que está en los cielos" (Mt 5, 16; cf Sal 115, 16), y por consiguiente también el "cielo", que es la gloria escatológica. Finalmente, la palabra "cielo" indica el "lugar" de las criaturas espirituales —los ángeles— que rodean a Dios.

327 La profesión de fe del IV Concilio de Letrán afirma que Dios, "al comienzo del tiempo, creó a la vez de la nada una y otra criatura, la espiritual y la corporal, es decir, la angélica y la mundana; luego, la criatura humana, que participa de las dos realidades, pues está compuesta de espíritu y de cuerpo" (Concilio de Letrán IV: DS, 800; cf Concilio Vaticano I: ibíd., 3002 


VI, Credo del Pueblo de Dios, 8).

I Los ángeles

La existencia de los ángeles, verdad de fe

328 La existencia de seres espirituales, no corporales, que la sagrada Escritura llama habitualmente ángeles, es una verdad de fe. El testimonio de la Escritura es tan claro como la unanimidad de la Tradición.



Quiénes son los ángeles


329 San Agustín dice respecto a ellos: Angelus officii nomen est, non naturae. Quaeris nomen huius naturae, spiritus est; quaeris officium, angelus est: ex eo quod est, spiritus est, ex eo quod agit, angelus ("El nombre de ángel indica su oficio, no su naturaleza. Si preguntas por su naturaleza, te diré que es un espíritu; si preguntas por lo que hace, te diré que es un ángel") (Enarratio in Psalmum, 103, 1, 15). Con todo su ser, los ángeles son servidores y mensajeros de Dios. Porque contemplan "constantemente el rostro de mi Padre que está en los cielos" (Mt 18, 10), son "agentes de sus órdenes, atentos a la voz de su palabra" (Sal 103, 20).

330 En tanto que criaturas puramente espirituales, tienen inteligencia y voluntad: son criaturas personales (cf Pío XII, enc. Humani generis: DS 3891) e inmortales (cf Lc 20, 36). Superan en perfección a todas las criaturas visibles. El resplandor de su gloria da testimonio de ello (cf Dn 10, 9-12).


Cristo "con todos sus ángeles"

331 Cristo es el centro del mundo de los ángeles. Los ángeles le pertenecen: "Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles..." (Mt 25, 31). Le pertenecen porque fueron creados por y para Él: "Porque en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las Potestades: todo fue creado por Él y para Él" (Col 1, 16). Le pertenecen más aún porque los ha hecho mensajeros de su designio de salvación: "¿Es que no son todos ellos espíritus servidores con la misión de asistir a los que han de heredar la salvación?" (Hb 1, 14).
332 Desde la creación (cf Jb 38, 7, donde los ángeles son llamados "hijos de Dios") y a lo largo de toda la historia de la salvación, los encontramos, anunciando de lejos o de cerca, esa salvación y sirviendo al designio divino de su realización: cierran el paraíso terrenal (cf Gn 3, 24), protegen a Lot (cf Gn 19), salvan a Agar y a su hijo (cf Gn 21, 17), detienen la mano de Abraham (cf Gn 22, 11), la ley es comunicada por su ministerio (cf Hch 7,53), conducen el pueblo de Dios (cf Ex 23, 20-23), anuncian nacimientos (cf Jc 13) y vocaciones (cf Jc 6, 11-24; Is 6, 6), asisten a los profetas (cf 1 R 19, 5), por no citar más que algunos ejemplos. Finalmente, el ángel Gabriel anuncia el nacimiento del Precursor y el del mismo Jesús (cf Lc 1, 11.26).

333 De la Encarnación a la Ascensión, la vida del Verbo encarnado está rodeada de la adoración y del servicio de los ángeles. Cuando Dios introduce «a su Primogénito en el mundo, dice: "adórenle todos los ángeles de Dios"» (Hb 1, 6). Su cántico de alabanza en el nacimiento de Cristo no ha cesado de resonar en la alabanza de la Iglesia: "Gloria a Dios..." (Lc 2, 14). Protegen la infancia de Jesús (cf Mt 1, 20; 2, 13.19), le sirven en el desierto (cf Mc 1, 12; Mt 4, 11), lo reconfortan en la agonía (cf Lc 22, 43), cuando Él habría podido ser salvado por ellos de la mano de sus enemigos (cf Mt 26, 53) como en otro tiempo Israel (cf 2 M 10, 29-30; 11,8). Son también los ángeles quienes "evangelizan" (Lc 2, 10) anunciando la Buena Nueva de la Encarnación (cf Lc 2, 8-14), y de la Resurrección (cf Mc 16, 5-7) de Cristo. Con ocasión de la segunda venida de Cristo, anunciada por los ángeles (cf Hb 1, 10-11), éstos estarán presentes al servicio del juicio del Señor (cf Mt 13, 41; 25, 31 ; Lc 12, 8-9).

Los ángeles en la vida de la Iglesia




334 De aquí que toda la vida de la Iglesia se beneficie de la ayuda misteriosa y poderosa de los ángeles (cf Hch 5, 18-20; 8, 26-29; 10, 3-8; 12, 6-11; 27, 23-25).

335 En su liturgia, la Iglesia se une a los ángeles para adorar al Dios tres veces santo (cf Misal Romano, "Sanctus"); invoca su asistencia (así en el «Supplices te rogamus...» [«Te pedimos humildemente...»] del Canon romano o el «In Paradisum deducant te angeli...» [«Al Paraíso te lleven los ángeles...»] de la liturgia de difuntos, o también en el "himno querúbico" de la liturgia bizantina) y celebra más particularmente la memoria de ciertos ángeles (san Miguel, san Gabriel, san Rafael, los ángeles custodios).





336 Desde su comienzo (cf Mt 18, 10) hasta la muerte (cf Lc 16, 22), la vida humana está rodeada de su custodia (cf Sal 34, 8; 91, 10-13) y de su intercesión (cf Jb 33, 23-24; Za 1,12; Tb 12, 12). "Nadie podrá negar que cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor para conducir su vida" (San Basilio Magno, Adversus Eunomium, 3, 1: PG 29, 656B). Desde esta tierra, la vida cristiana participa, por la fe, en la sociedad bienaventurada de los ángeles y de los hombres, unidos en Dios.


II El mundo visible


337 Dios mismo es quien ha creado el mundo visible en toda su riqueza, su diversidad y su orden. La Escritura presenta la obra del Creador simbólicamente como una secuencia de seis días "de trabajo" divino que terminan en el "reposo" del día séptimo (Gn 1, 1-2,4). El texto sagrado enseña, a propósito de la creación, verdades reveladas por Dios para nuestra salvación (cf DV 11) que permiten "conocer la naturaleza íntima de todas las criaturas, su valor y su ordenación a la alabanza divina" (LG 36).



338 Nada existe que no deba su existencia a Dios creador. El mundo comenzó cuando fue sacado de la nada por la Palabra de Dios; todos los seres existentes, toda la naturaleza, toda la historia humana están enraizados en este acontecimiento primordial: es el origen gracias al cual el mundo es constituido, y el tiempo ha comenzado (cf San Agustín, De Genesi contra Manichaeos, 1, 2, 4: PL 35, 175).

339 Toda criatura posee su bondad y su perfección propias. Para cada una de las obras de los "seis días" se dice: "Y vio Dios que era bueno". "Por la condición misma de la creación, todas las cosas están dotadas de firmeza, verdad y bondad propias y de un orden y leyes propias" (GS 36, 2). Las distintas criaturas, queridas en su ser propio, reflejan, cada una a su manera, un rayo de la sabiduría y de la bondad infinitas de Dios. Por esto, el hombre debe respetar la bondad propia de cada criatura para evitar un uso desordenado de las cosas, que desprecie al Creador y acarree consecuencias nefastas para los hombres y para su ambiente.

340 La interdependencia de las criaturas es querida por Dios. El sol y la luna, el cedro y la florecilla, el águila y el gorrión: las innumerables diversidades y desigualdades significan que ninguna criatura se basta a sí misma, que no existen sino en dependencia unas de otras, para complementarse y servirse mutuamente.

341 La belleza del universo: el orden y la armonía del mundo creado derivan de la diversidad de los seres y de las relaciones que entre ellos existen. El hombre las descubre progresivamente como leyes de la naturaleza y causan la admiración de los sabios. La belleza de la creación refleja la infinita belleza del Creador. Debe inspirar el respeto y la sumisión de la inteligencia del hombre y de su voluntad.

342 La jerarquía de las criaturas está expresada por el orden de los "seis días", que va de lo menos perfecto a lo más perfecto. Dios ama todas sus criaturas (cf Sal 145, 9), cuida de cada una, incluso de los pajarillos. Sin embargo Jesús dice: "Vosotros valéis más que muchos pajarillos" (Lc 12, 6-7), o también: "¡Cuánto más vale un hombre que una oveja!" (Mt 12, 12).

343 El hombre es la cumbre de la obra de la creación. El relato inspirado lo expresa distinguiendo netamente la creación del hombre y la de las otras criaturas (cf Gn 1, 26).

344 Existe una solidaridad entre todas las criaturas por el hecho de que todas tienen el mismo Creador, y que todas están ordenadas a su gloria:



«Loado seas por toda criatura, mi Señor,

y en especial loado por el hermano Sol,

que alumbra, y abre el día, y es bello en su esplendor

y lleva por los cielos noticia de su autor.

Y por la hermana agua, preciosa en su candor,

que es útil, casta, humilde: ¡loado mi Señor!

Y por la hermana tierra que es toda bendición,

la hermana madre tierra, que da en toda ocasión

las hierbas y los frutos y flores de color,

y nos sustenta y rige: ¡loado mi Señor!

Servidle con ternura y humilde corazón,

agradeced sus dones, cantad su creación.

Las criaturas todas, load a mi Señor. Amén.



(San Francisco de Asís, Cántico de las criaturas.)



CATEQUESIS FAMILIAR
Interesados en el anuncio del Evangelio dentro de las familias, sabemos que la forma de llegar a niños y jóvenes no es la misma. El nivel de complejidad de las temáticas es diferente y hay temas que no son pertinentes para los niños pero sí para los jóvenes, además, el fortalecimiento de la vida en pareja también requiere acompañamiento, así como la forma de interactuar entre padres e hijos. Por estas razones, traeremos propuestas destinadas a motivar cada fin, pues esto es parte importante dentro de la catequesis familiar, pues son las familias precisamente la prioridad de la Iglesia, como bien lo dijo Juan Pablo II en su encíclica Redemptoris Hominis (n. 19), Benedicto XVI en 2006 en el Encuentro Mundial de las Familias y ahora el Papa Francisco en las numerosas catequesis dedicadas a tal fin.
 Enfatizar el acompañamiento de los hijos en su vida de fe, en especial fortaleciendo el entendimiento y adoración del Santísimo Sacramento y de la Comunión Eucarística, motivar la participación en la Santa Misa (o celebración de la Eucaristía), así como el saberse y sentirse amados por nuestro Padre Celestial, serán prioridad en este espacio, que a su vez se complementa con la parte de este blog dedicada a Liturgia.