jueves, 17 de septiembre de 2015

OREMOS



Hoy queremos hablar del gran regalo que Dios nos ha hecho con la oración. El poder hablar con Dios es una condescendencia divina que no la podemos comprender.
Cuando oramos, cuando se abren nuestros labios para rezar, pensamos que somos nosotros los que hemos tenido la iniciativa.

Y ha sido Dios quien nos ha buscado, quien ha elevado nuestro pensamiento, quien nos ha dictado las palabras, quien ha fomentado nuestros sentimientos.

El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice claramente que la oración es primero una llamada de Dios, y después una respuesta nuestra. La oración es, por lo mismo y ante todo, una gracia de Dios.

¿Es posible que Dios tenga necesidad de nosotros? ¿Es posible que sea Dios el que nos busque? ¿Es posible que sea Dios quien salga a nuestro encuentro?...

Solamente el cristianismo sabe responder que sí. Porque solamente Jesús nos ha dicho que Dios es nuestro Padre, un Padre que nos ama. Y el padre que ama, no puede pasar sin hablar con el hijo querido.

¿Sabemos lo que nos pasa cuando queremos orar? Nos ocurre lo mismo que a la Samaritana junto al pozo de Jacob, como nos cuenta Juan en su Evangelio. ¿A qué se redujo la petición de la Samaritana, aquella mujer de seis maridos y siempre insatisfecha? Pues, a reconocer que tenía sed. Y, por eso, pidió a Jesús:

- ¡Dame, dame de esa agua tuya, para que no tenga más sed en adelante!
La pobre no se daba cuenta de que había sido Jesús el primero que había pedido agua:
- ¡Mujer, dame de beber!...

Y ella le daba al fin el corazón, porque Jesús se había adelantado a pedírselo.

La oración es una comunicación entre Dios y nosotros. Tenemos un corazón inmenso, con capacidad insondable de amar y de ser amados. Sólo Dios puede llenar esas ansias infinitas. Por eso nos atrae, nos llama, y, si le respondemos con la oración ansiosa, nos llena de su amor y de su gracia.

Es Dios el primero en darnos sed y ansia del mismo Dios. Es Dios el que impulsa nuestra oración, por el Espíritu Santo que mora en nosotros. Por lo cual, la oración es propiamente un don, un regalo de Dios. Y así, tiene pleno sentido eso de la que la oración no es una carga, sino un alivio; no una obligación pesada ni aburridora, sino una ocupación deliciosa, la más llevadera y la de mayor provecho durante toda la jornada...

Al decirnos el Catecismo de la Iglesia Católica que Dios llama incansablemente a cada persona al encuentro misterioso de la oración, hemos de decir que la oración es una verdadera vocación. ¡Dios que nos llama a estar con Él!...

Así lo entienden tantos y tantos cristianos, cuya principal ocupación es gastar horas y más horas en la presencia de Dios.

Como aquel buen campesino, que decía:

- No sé cómo se puede rezar un Padrenuestro en menos de diez minutos.
Y como lo dijo con esta naturalidad e ingenuidad, le preguntaron:

- ¿Diez minutos le cuesta a usted rezar un Padrenuestro? En ese tiempo, y haciéndolo en particular, se puede rezar casi un Rosario.

- Sí, es lo que hace mi mujer. Es muy devota, y reza mucho. Pero yo prefiero rezar menos y estar con mis ojos y mi corazón clavados en Dios.

El buen hombre no se daba cuenta de lo que nos estaba confesando. Había llegado a lo que se llama la contemplación. Sin palabras, se pasaba las horas en la presencia de Dios, pues en eso consiste lo que llamamos vida de oración, o espíritu de oración, que es uno de los mayores regalos que Dios hace al alma, cuando ésta responde fiel a esa vocación de la oración.


Pidamos al Señor que sea Él quien nos ayude a ser perseverantes en nuestro deseo de orar y nos ayude a hacerlo de la forma en que a Él le gusta.




No es de extrañar que el Catecismo de la Iglesia Católica dedique una quinta parte (20%) de sus páginas al tema de la oración, en forma muy extensa y explícita, y tratando todas las formas de oración, inclusive la de la contemplación, que erróneamente ha estado reservada para vocaciones especiales.

Son tan detallados los capítulos que el Catecismo de la Iglesia Católica dedica a la oración, que trae hasta consejos prácticos para la oración y trata también los errores en que pueden caer los orantes.

CATECISMO

El tratamiento que da el Catecismo de la Iglesia Católica a la oración denota la importancia que le asigna el Magisterio de la Iglesia a la misma.

La oración es la llave que abre nuestro corazón y nuestra alma al Espíritu Santo; es decir, a Su acción de transformación en nosotros. Al orar, permitimos a Dios actuar en nuestra alma -en nuestro entendimiento y nuestra voluntad- para ir adaptando nuestro ser a Su Divina Voluntad. (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica #2825-1827)

La oración nos va descubriendo el misterio de la Voluntad de Dios. (cfr. Ef.1, 9)

La oración va conformando nuestro ser a esa forma de ser y de pensar divinas: nos va haciendo ver las cosas y los hechos como Dios los ve. Ver el mundo con los ojos de Dios.

En el silencio Dios se comunica mejor al alma y el alma puede mejor captar a Dios.  En el silencio el alma se encuentra con su Dios y se deja amar por El y puede amarle a El.

En el silencio el alma se deja transformar por Dios, Quien va haciendo en ella Su obra de "Alfarero", moldeándola de acuerdo a Su Voluntad (cfr.Jer.18,1-6).

La oración nos va haciendo conformar nuestra vida a los planes que Dios tiene para nuestra existencia.

En fin: la oración nos va haciendo cada vez más "imagen de Dios",  nos va haciendo más semejantes a Cristo.

La oración nos va develando la verdad, sobre todo la verdad sobre nosotros mismos:  nos muestra cómo somos realmente, cómo somos a los ojos de Dios:

MASCARA     
    
Los seres humanos solemos tener una máscara hacia fuera, hacia los demás:  mostramos lo que no somos.  Hacia adentro, hacia nosotros mismos, solemos engañarnos:  creemos lo que no somos.  Sólo en la oración descubrimos la verdad sobre nosotros mismos:
Dios nos enseña cómo somos realmente, cómo nos ve El.

La oración nos abre los ojos para comprender las Escrituras, internalizarlas y hacerlas vida en nosotros.  Nos cura del “síndrome de Emaús”.

En el silencio de la oración nos encontramos con Dios y nos reconocemos Sus creaturas, dependientes de El, nuestro Padre y Creador, nuestro principio y nuestro fin.

En el silencio de la oración somos como ramas de la Vid que es el Señor, porque nos nutrimos de la savia misteriosa que son las gracias que necesitamos y que Dios nos da, especialmente en esos ratos de oración.

ORACIÓN

“El hombre no puede vivir sin orar, lo mismo que no puede vivir sin respirar”  (Juan Pablo II).

“Es necesario que encontremos el tiempo de permanecer en silencio y de contemplar, sobre todo si vivimos en la ciudad donde todo se mueve velozmente.  Es en el silencio del corazón donde Dios habla” (Beata Teresa de Calcuta). 

“Orad y velad para no caer en la tentación … para aportar a esta sociedad la luz de la Verdad, la fe en las certezas trascendentales y eternas, el gozo de la verdadera esperanza y el compromiso de la caridad animosa.  El mundo necesita más oración”  (JP II, 11-6-83).

PAZ

La oración nos despierta el anhelo de Cielo, los deseos de eternidad, la esperanza en las “realidades últimas” de que nos hablaba Juan Pablo II.

Asimismo, la oración no nos deja desentendernos de las “realidades penúltimas”, porque la verdadera oración, lejos de replegarnos sobre nosotros mismos, nos impulsa a la acción y al servicio a Dios en los hermanos.   No filantropía o mero altruismo, sino acción apostólica veraz.

Tal vez por todas estas cosas y por el interés del Magisterio de la Iglesia en la oración, el Papa Juan Pablo II nos dejó una consigna en su visita a Venezuela, consigna que repetía en todos sus viajes y que él mismo practicaba: "Ante todo, creced en el Señor ... Abrid siempre más vuestro corazón a Cristo. Acoged Su presencia misteriosa y fecunda; cultivad la intimidad con El en ese encuentro que cambia la vida ... Creced siempre en el Señor. Creced hacia la plenitud de Dios" (Ef.3, 19). Y esta consigna no fue precisamente para el Clero o los Religiosos: la dijo para los laicos, para los que debemos estar actuando en el mundo.

Y ese crecimiento en el Señor, ese crecimiento hacia la plenitud de Dios no puede darse sin la oración, sin "ese encuentro que cambia la vida".

Y ese crecimiento significa ir creciendo en los frutos del Espíritu Santo, algunos de los cuales cita San Pablo en su carta a los Gálatas (5, 22-23): amor, alegría, paciencia, comprensión, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí ... pues el Espíritu Santo va infundiendo ésos y otros frutos en el alma de todo aquél que se abre a su acción de transformación divina, sobre todo a través de la oración.


ORAR CON FE

La oración es acercarse a Jesús con humildad y tocarlo desde la fe. La oración llena de fe es "la debilidad" de Dios y la fuerza del hombre. Jesús no se resiste a hacer milagros cuando percibe una gran fe. No basta con tocar a Jesús, sino tocarlo con fe y experimentar cómo muchas virtudes, gracias, salen de Él para curar nuestro corazón y cuerpo.

Entonces, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, y que no había podido ser curada por nadie, se acercó por detrás y tocó la orla de su manto, y al punto se le paró el flujo de sangre. Jesús dijo: «¿Quién me ha tocado?» Como todos negasen, dijo Pedro: «Maestro, las gentes te aprietan y te oprimen». Pero Jesús dijo: «Alguien me ha tocado, porque he sentido que una fuerza ha salido de mí». Viéndose descubierta la mujer, se acercó temblorosa, y postrándose ante él, contó delante de todo el pueblo por qué razón le había tocado, y cómo al punto había sido curada. Él le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz». (Lc 8,43-48)

Nuestra propia enfermedad debe ser presentada con fe y esperanza

La mujer hemorroisa sufría desde hacía 12 años esta enfermedad. No había encontrado remedio, se había gastado todo en doctores. Sólo le quedaba una esperanza, ese Jesús del que toda la gente hablaba. Debido a su enfermedad era impura y todo lo que tocase automáticamente se convertía en impuro. Vivía en una soledad total, separada de la sociedad, de su familia, 12 años queriendo "volver a vivir". Esta soledad, necesidad de vivir, de ser alguien, hizo que sin temor se acercase a Jesús. Percibía en Él alguien que podría devolverle la vida, que podría dar sentido a esta enfermedad y poder ser curada.

En la oración nos presentamos también enfermos, débiles, con temores, resistencias, profundas heridas que todavía sangran. Con facilidad buscamos en el mundo diversos “doctores” que nos puedan curar, distracciones, pasatiempos que en el fondo nos dejan igual y nos vamos desgastando. En la oración nos presentamos conscientes de esta debilidad, pero a la vez llenos de fe porque estamos ante el único que nos puede curar de raíz, el que puede devolvernos la vida, dar un sentido profundo y nuevo a nuestra existencia, a nuestra soledad. Este acto de fe y confianza son los pasos necesarios para llegar hasta el Maestro: "Creo en ti Señor, espero en tu amor, confío en ti, quiero amarte para vivir". Presentamos nuestra vida ante Él, nuestra debilidad, enfermedad, con fe y confianza para que Él nos cure.

Acercarse a Jesús con humildad, con la mirada siempre fija en su Amor y ternura

Con gran fe, se acercó a Jesús por detrás, y con delicadeza, consciente de su impureza, se atrevió a tocarle con fe la orla de su manto.

Cuando hay fe y amor, la oración se convierte en un buscar el bien de la otra Persona: acogerle, cuidarlo, amarlo. Esto es lo que hace la hemorroisa. No piensa en sí misma. No quiere "molestar" al Señor: con humildad se acerca por detrás y busca tocar tan sólo el borde de su manto. Esto sería suficiente. La fe no busca evidencia, no quiere tocar a toda costa, palpar como lo hizo Santo Tomás. Basta con un detalle, un gesto cercano y tierno. Es un decirle a Jesús: "no te quiero molestar, sé que me amas y con tocarte el borde del manto, te darás cuenta que te necesito, que estoy aquí, que te amo y que quiero poderte abrazar… pero soy impura, mi alma es impura, necesito que tu amor me purifique y me haga digna de Ti".

Así la hemorroisa buscando el bien de Jesús, el no "hacerle" impuro, logra su propio bien. La oración es buscar al otro para encontrarse con el otro. Es dejarse encontrar buscando. Es rozar su Corazón para encontrase dentro de él.

La fe mueve el Corazón de Jesús y fija su mirada en la humildad

La mujer queda curada al instante. Jesús no espera a que la mujer le diga qué necesita. Así es el Buen Pastor, conoce a sus ovejas, nos conoce y sabe lo que necesitamos incluso antes de que se lo pidamos. Por eso, muchas veces la oración es ponerse en su presencia, quizás experimentando un silencio que no es indiferencia por parte de Jesús, sino un querer expresar ternura, contemplar a su creatura tan amada y admirarla con amor.

Jesús estaba siendo oprimido por la multitud, sin embargo, sintió que una virtud salía de Él y gritó: « ¿Quién me ha tocado? » Los discípulos, asombrados, no entienden esta pregunta. Decenas de personas están agolpadas, se empujan y estrujan a Jesús y sólo una "le ha tocado", aquella que apenas ha rozado el borde de su manto.

Aquí Jesús nos dice con claridad que tocarle es amarle, es tener la humildad de confiar en Él, de tratarle con ternura y fe. De acercarse a Él como un niño a su Padre y estar, sí, estar junto a Él. Muchos estaban más cerca que la mujer, pero no tenían fe, era quizás más bien curiosidad, rutina.

La oración nunca puede ser curiosidad o rutina. No es una actividad para llenarme de ideas o repetir fórmulas aprendidas de memoria. Esto sería como empujar y estrujar a Jesús, como aquel grupo que lo seguía. No, esta mujer nos enseña que para tocar a Jesús hay que tener fe, hay que acudir con confianza, presentarse con humildad y tener ternura hacia Dios. ¡Ah!, y sobre todo, hay que dejarse querer por el Maestro que nos conoce, nos espera y al instante nos abraza con amor.

Queremos tocarte Jesús. Ayúdanos Señor a tocarte con fe.

Anteriormente les contamos algunas definiciones acerca de la ORACIÓN, sin embargo, algo que es importante resaltar, es que siempre que oramos pidiendo que se nos conceda alguna gracia, sea cual sea, el concederla o no proviene es de Dios. No son los ´ángeles, no son los santos, no es la Virgen, ellos son intercesores. Obviamente en la Santísima Virgen tenemos a nuestra abogada, intercesora fiel, ella es nuestra Madre del cielo, pero solamente es Dios quien tiene el poder para conceder.Es cierto que a veces damos por hecho que los demás entienden esto y decimos. “pidan a la Virgen”, “haga la novena a san miguel”, etc, pero SIEMPRE ES DIOS Y SÓLO ÉL quien obra, los demás son intercesores, grandes e importantes intercesores, pero no son los que llevan a cabo la obra.
                     



La oración es una forma de encuentro personal con el Señor, a través de ella podemos expresar nuestro agradecimiento, alabanza, petición, adoración, etc, según sea la intencionalidad que tengamos.


Al orar entramos en comunión con el Señor relacionándonos de una forma íntima que nos permite sentirlo más cercano y vivenciar la grandeza de su amor y misericordia. Puede que en algunas ocasiones no tengamos una respuesta inmediata del Señor, pero por fe tenemos la certeza de que él nos ha escuchado y actuará conforme a Su Santa Voluntad en favor nuestro. Aun cuando a veces no entendamos Sus designios, Dios está siempre con nosotros y es a través de la oración como entramos en diálogo con Él. "Me invocarán, y yo les escucharé" (Jer 29,12); "Pidan y recibirán" (Jn 16,24).

Oramos primeramente a Dios, pero también podemos hacerlo a la Santísima Virgen, a nuestro Ángel de la Guarda, a los santos, etc. Existen diversas formas de oración, entre ellas tenemos la oración de adoración, la oración de acción de gracias, la oración de alabanza, la oración de petición y de intercesión, es decir, según sea la intencionalidad será el tipo de oración que realicemos y ésta puede ser tanto personal como comunitaria.