Mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma 2018
La Santa Sede ha dado a
conocer el Mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma de 2018 que lleva por
título “Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría”.
En él, el Pontífice advierte de la cantidad de “hombres y mujeres”
que “viven como encantados por la ilusión del dinero” y “que los hace en
realidad esclavos del lucro o de intereses mezquinos”.
Una de las recomendaciones que hace es la de dar limosna, porque
“nos libera de la avidez y nos ayuda a descubrir que el otro es mi hermano”.
A continuación, el mensaje completo del Papa Francisco:
«Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría» (Mt
24,12)
Queridos hermanos y hermanas:
Una vez más nos sale al encuentro la Pascua del Señor. Para
prepararnos a recibirla, la Providencia de Dios nos ofrece cada año la
Cuaresma, «signo sacramental de nuestra conversión», que anuncia y realiza la
posibilidad de volver al Señor con todo el corazón y con toda la vida. Como
todos los años, con este mensaje deseo ayudar a toda la Iglesia a vivir con
gozo y con verdad este tiempo de gracia; y lo hago inspirándome en una
expresión de Jesús en el Evangelio de Mateo: «Al crecer la maldad, se enfriará
el amor en la mayoría» (24,12). Esta frase se encuentra en el discurso que
habla del fin de los tiempos y que está ambientado en Jerusalén, en el Monte de
los Olivos, precisamente allí donde tendrá comienzo la pasión del Señor. Jesús,
respondiendo a una pregunta de sus discípulos, anuncia una gran tribulación y
describe la situación en la que podría encontrarse la comunidad de los fieles:
frente a acontecimientos dolorosos, algunos falsos profetas engañarán a mucha
gente hasta amenazar con apagar la caridad en los corazones, que es el centro
de todo el Evangelio.
Los falsos profetas
Escuchemos este pasaje y
preguntémonos: ¿qué formas asumen los falsos profetas?
Son como «encantadores de serpientes», o sea, se aprovechan de las
emociones humanas para esclavizar a las personas y llevarlas adonde ellos
quieren. Cuántos hijos de Dios se dejan fascinar por las lisonjas de un placer
momentáneo, al que se le confunde con la felicidad. Cuántos hombres y mujeres
viven como encantados por la ilusión del dinero, que los hace en realidad
esclavos del lucro o de intereses mezquinos. Cuántos viven pensando que se
bastan a sí mismos y caen presa de la soledad.
Otros falsos profetas son esos «charlatanes» que ofrecen
soluciones sencillas e inmediatas para los sufrimientos, remedios que sin
embargo resultan ser completamente inútiles: cuántos son los jóvenes a los que
se les ofrece el falso remedio de la droga, de unas relaciones de «usar y
tirar», de ganancias fáciles pero deshonestas. Cuántos se dejan cautivar por
una vida completamente virtual, en que las relaciones parecen más sencillas y
rápidas pero que después resultan dramáticamente sin sentido. Estos estafadores
no sólo ofrecen cosas sin valor sino que quitan lo más valioso, como la
dignidad, la libertad y la capacidad de amar. Es el engaño de la vanidad, que
nos lleva a pavonearnos… haciéndonos caer en el ridículo; y el ridículo no
tiene vuelta atrás. No es una sorpresa: desde siempre el demonio, que es
«mentiroso y padre de la mentira» (Jn 8,44), presenta el mal como bien y lo
falso como verdadero, para confundir el corazón del hombre. Cada uno de
nosotros, por tanto, está llamado a discernir y a examinar en su corazón si se
siente amenazado por las mentiras de estos falsos profetas. Tenemos que
aprender a no quedarnos en un nivel inmediato, superficial, sino a reconocer
qué cosas son las que dejan en nuestro interior una huella buena y más
duradera, porque vienen de Dios y ciertamente sirven para nuestro bien.
Un corazón frío
Dante Alighieri, en su descripción del infierno, se imagina al
diablo sentado en un trono de hielo; su morada es el hielo del amor extinguido.
Preguntémonos entonces: ¿cómo se enfría en nosotros la caridad? ¿Cuáles son las
señales que nos indican que el amor corre el riesgo de apagarse en nosotros?
Lo que apaga la caridad es ante todo la avidez por el dinero,
«raíz de todos los males» (1 Tm 6,10); a esta le sigue el rechazo de Dios y,
por tanto, el no querer buscar consuelo en él, prefiriendo quedarnos con
nuestra desolación antes que sentirnos confortados por su Palabra y sus
Sacramentos. Todo esto se transforma en violencia que se dirige contra aquellos
que consideramos una amenaza para nuestras «certezas»: el niño por nacer, el
anciano enfermo, el huésped de paso, el extranjero, así como el prójimo que no
corresponde a nuestras expectativas.
También la creación es un testigo silencioso de este enfriamiento
de la caridad: la tierra está envenenada a causa de los desechos arrojados por
negligencia e interés; los mares, también contaminados, tienen que recubrir por
desgracia los restos de tantos náufragos de las migraciones forzadas; los
cielos —que en el designio de Dios cantan su gloria— se ven surcados por
máquinas que hacen llover instrumentos de muerte.
El amor se enfría también en nuestras comunidades: en la
Exhortación apostólica Evangelii
gaudium traté de describir las señales más evidentes de esta
falta de amor. estas son: la acedia egoísta, el pesimismo estéril, la tentación
de aislarse y de entablar continuas guerras fratricidas, la mentalidad mundana
que induce a ocuparse sólo de lo aparente, disminuyendo de este modo el
entusiasmo misionero.
¿Qué podemos hacer?
Si vemos dentro de nosotros y a nuestro alrededor los signos que
antes he descrito, la Iglesia, nuestra madre y maestra, además de la medicina a
veces amarga de la verdad, nos ofrece en este tiempo de Cuaresma el dulce
remedio de la oración, la limosna y el ayuno.
El hecho de dedicar más tiempo a la oración hace que nuestro
corazón descubra las mentiras secretas con las cuales nos engañamos a nosotros
mismos, para buscar finalmente el consuelo en Dios. Él es nuestro Padre y desea
para nosotros la vida.
El ejercicio de la limosna nos libera de la avidez y nos ayuda a
descubrir que el otro es mi hermano: nunca lo que tengo es sólo mío. Cuánto
desearía que la limosna se convirtiera para todos en un auténtico estilo de
vida. Al igual que, como cristianos, me gustaría que siguiésemos el ejemplo de
los Apóstoles y viésemos en la posibilidad de compartir nuestros bienes con los
demás un testimonio concreto de la comunión que vivimos en la Iglesia. A este
propósito hago mía la exhortación de san Pablo, cuando invitaba a los corintios
a participar en la colecta para la comunidad de Jerusalén: «Os conviene» (2 Co
8,10). Esto vale especialmente en Cuaresma, un tiempo en el que muchos
organismos realizan colectas en favor de iglesias y poblaciones que pasan por
dificultades. Y cuánto querría que también en nuestras relaciones cotidianas,
ante cada hermano que nos pide ayuda, pensáramos que se trata de una llamada de
la divina Providencia: cada limosna es una ocasión para participar en la
Providencia de Dios hacia sus hijos; y si él hoy se sirve de mí para ayudar a
un hermano, ¿no va a proveer también mañana a mis necesidades, él, que no se
deja ganar por nadie en generosidad?
El ayuno, por último, debilita nuestra violencia, nos desarma, y
constituye una importante ocasión para crecer. Por una parte, nos permite
experimentar lo que sienten aquellos que carecen de lo indispensable y conocen
el aguijón del hambre; por otra, expresa la condición de nuestro espíritu,
hambriento de bondad y sediento de la vida de Dios. El ayuno nos despierta, nos
hace estar más atentos a Dios y al prójimo, inflama nuestra voluntad de
obedecer a Dios, que es el único que sacia nuestra hambre.
Querría que mi voz traspasara
las fronteras de la Iglesia Católica, para que llegara a todos ustedes, hombres
y mujeres de buena voluntad, dispuestos a escuchar a Dios. Si se sienten
afligidos como nosotros, porque en el mundo se extiende la iniquidad, si les
preocupa la frialdad que paraliza el corazón y las obras, si ven que se
debilita el sentido de una misma humanidad, únanse a nosotros para invocar
juntos a Dios, para ayunar juntos y entregar juntos lo que podamos como ayuda
para nuestros hermanos
El fuego de la Pascua
Invito especialmente a los miembros de la Iglesia a emprender con
celo el camino de la Cuaresma, sostenidos por la limosna, el ayuno y la
oración. Si en muchos corazones a veces da la impresión de que la caridad se ha
apagado, en el corazón de Dios no se apaga. Él siempre nos da una nueva
oportunidad para que podamos empezar a amar de nuevo.
Una ocasión propicia será la iniciativa «24 horas para el Señor»,
que este año nos invita nuevamente a celebrar el Sacramento de la Reconciliación
en un contexto de adoración eucarística. En el 2018 tendrá lugar el viernes 9 y
el sábado 10 de marzo, inspirándose en las palabras del Salmo 130,4: «De ti
procede el perdón». En cada diócesis, al menos una iglesia permanecerá abierta
durante 24 horas seguidas, para permitir la oración de adoración y la confesión
sacramental.
En la noche de Pascua reviviremos el sugestivo rito de encender el
cirio pascual: la luz que proviene del «fuego nuevo» poco a poco disipará la
oscuridad e iluminará la asamblea litúrgica. «Que la luz de Cristo, resucitado
y glorioso, disipe las tinieblas de nuestro corazón y de nuestro espíritu»,
para que todos podamos vivir la misma experiencia de los discípulos de Emaús:
después de escuchar la Palabra del Señor y de alimentarnos con el Pan
eucarístico nuestro corazón volverá a arder de fe, esperanza y caridad.
Los bendigo de todo corazón y rezo por ustedes. No se olviden de
rezar por mí.
Vaticano, 1 de noviembre de 2017 Solemnidad de Todos los Santos
FRANCISCO
Ante todo los padres deben
entender que no es lo que enseñen con palabras, sino con el ejemplo, lo que los
hijos irán interiorizando respecto a su vida de fe y los padres también deben
saber que no es sólo una buena educación y cuidados lo que pueden (y deben)
hacer por sus hijos, pues, como bien lo dice la Palabra de Dios “de qué le
sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?” (Mt 16:26)
La responsabilidad respecto a la
vida de fe de los hijos recae en los padres. Los padres deben saber que son los
primeros educadores de la fe de sus hijos y esto es algo que no se debe delegar
a nadie más, si bien otras personas pueden complementar, son los padres los que
deben esforzarse en ello. No es cierto que al enseñar la fe a sus hijos les
estén coartando la libertad de elegir, todo lo contrario, se les estarán dando
saberes que les servirán de base cuando al llegar al momento adecuado deban elegir si continuar su vida de fe dentro
o fuera de la Iglesia católica. Así como los bebés tienen necesidades que no
saben expresar y los padres se esmeran en darles lo mejor, así también debe
hacerse con la fe.
Orar con los hijos desde temprana
edad, leerles apartados de la Biblia (en el caso de los muy pequeños puede
usarse una versión de la Biblia para niños), llevarlos a la Eucaristía o si la
edad aún no hace que sea oportuno se pueden llevar al Templo para que se vayan
familiarizando. Colorear imágenes religiosas con los pequeños. Hablarles del
amor y la confianza que sus padres tienen en Dios, etc. Todas éstas son
prácticas sencillas que van permitiendo educar en la fe, siempre cuidando de
dar buen ejemplo a los hijos de las propias prácticas religiosas y vida de
oración.
Es necesario recordar que no
basta con llevar a los niños para que reciban los sacramentos; hay que ser
consecuentes con esto acompañando la continuidad del proceso porque no se
termina con el recibir el sacramento. El bautismo es el sacramento de
iniciación de los niños a la Iglesia Católica, esto lo hacen padres y padrinos
en nombre del bebé, pero ese mismo bebé podrá más adelante, al crecer y cuando
ya tenga un conocimiento un poco más profundo de su fe, elegir mediante el
sacramento de la Confirmación si decide “confirmar” o no su fe dentro de la
Iglesia Católica. Es por eso que la Confirmación es la respuesta definitiva que
ya nadie diferente a la propia persona implicada puede dar. Indudablemente,
para que el joven tenga una respuesta positiva frente a la Confirmación, debe
estar bien orientado sobre el significado de recibir la Sagrada Comunión y por
ende, del valor sanador y santificante de acercarse con regularidad al
sacramento de la Reconciliación.
Es tan importante enseñar a los
niños a amar a Dios y a reconocerse amados por Él, que muy seguramente, cuando
lleguen las famosas crisis existenciales, por las que todos pasamos y la
mayoría de adolescentes con mayor razón, estos saberes serán fundamentales para
que esta persona que se está formando en cuerpo, mente y conciencia, tendrá
bases a las cuales asirse para ir estructurando una sana personalidad con
moral, conocimiento sobre el bien y el mal y pautas cristianas de vida de fe.
Una persona que ha olvidado sus propias raíces está enferma, dice el Papa
VATICANO, 05 Oct. 17 En la misa que celebró en Santa Marta,
el Papa Francisco invitó a que cada uno encuentre sus raíces ya que si no es
una persona enferma que puede auto exiliarse.
El
Pontífice animó a reencontrar la propia pertenencia. Para ello comentó la
primera lectura del día que habla del exilio en Babilonia del pueblo de Israel
y el deseo de volver.
Francisco
pensó también en la “nostalgia de los inmigrantes”, aquellos que “están
alejados de su patria y quieren volver”.
En la
lectura, Nehemías quería regresar junto a su pueblo a Jerusalén, pero se
trataba de “un viaje difícil” ya que “tenía que convencer a mucha gente”. “Era
un viaje para reencontrar las raíces del pueblo”.
Después de tantos años de esclavitud, las raíces “se habían debilitado” pero no
habían desaparecido. “Sin raíces no se puede vivir: un pueblo sin raíces o que
las deja perder es un pueblo enfermo”, manifestó.
Al mismo
tiempo, “una persona sin raíces, que ha olvidado sus propias raíces, está enferma.
Reencontrar, redescubrir las propias raíces y tomar la fuerza de ir adelante,
la fuerza de dar fruto”.
Pero no
es un camino fácil porque hay “resistencias”: “son las de aquellos que
prefieren el exilio psicológico: el auto exilio de la comunidad, de la
sociedad, aquellos que prefieren ser un pueblo desarraigado, sin raíces.
Debemos pensar en esta enfermedad del auto exilio psicológico: hay mucho mal.
Nos quita las raíces, elimina la pertenencia”.
“El
hombre y la mujer que encuentran las propias raíces, que son fieles a la propia
pertenencia, son un hombre y mujer de alegría, y esta alegría es su fuerza”.
Francisco
terminó advirtiendo de que quien tiene “miedo de llorar” también tendrá “miedo
de reír” y animó a pedir la gracia de ponerse en camino para encontrar las
propias raíces.
Lectura comentada por el Papa:
Primera
lectura
Nehemías
8:1-12
1 todo el pueblo se congregó como un solo hombre en la plaza que está delante de la puerta del Agua. Dijeron al escriba Esdras que trajera el libro de la Ley de Moisés que Yahveh había prescrito a Israel.
2 Trajo el sacerdote Esdras la Ley ante la asamblea, integrada por hombres, mujeres y todos los que tenían uso de razón. Era el día uno del mes séptimo.
3 Leyó una parte en la plaza que está delante de la puerta del Agua, desde el alba hasta el mediodía, en presencia de los hombres, las mujeres y todos los que tenían uso de razón; y los oídos del pueblo estaban atentos al libro de la Ley.
4 El escriba Esdras estaba de pie sobre un estrado de madera levantado para esta ocasión; junto a él estaban: a su derecha, Matitías, Semá, Anaías, Urías, Jilquías y Maaseías, y a su izquierda, Pedaías, Misael, Malkías, Jasum, Jasbaddaná, Zacarías y Mesullam.
5 Esdras abrió el libro a los ojos de todo el pueblo - pues estaba más alto que todo el pueblo - y al abrirlo, el pueblo entero se puso en pie.
6 Esdras bendijo a Yahveh, el Dios grande; y todo el pueblo, alzando las manos, respondió: «¡Amén! ¡Amén!»; e inclinándose se postraron ante Yahveh, rostro en tierra.
7 (Josué, Baní, Serebías, Yamín, Aqcub, Sabtay, Hodiyías, Maaseías, Quelitá, Azarías, Yozabad, Janán, Pelaías, que eran levitas, explicaban la Ley al pueblo que seguía en pie.)
8 Y Esdras leyó en el libro de la Ley de Dios, aclarando e interpretando el sentido, para que comprendieran la lectura.
9 Entonces (Nehemías - el gobernador - y) Esdras, el sacerdote excriba (y los levitas que explicaban al pueblo) dijeron a todo el pueblo: «Este día está consagrado a Yahveh vuestro Dios; no estéis tristes ni lloréis»; pues todo el pueblo lloraba al oír las palabras de la Ley.
10 Díjoles también: «Id y comed manjares grasos, bebed bebidas dulces y mandad su ración a quien no tiene nada preparado. Porque este día está consagrado a nuestro Señor. No estéis tristes: la alegría de Yahveh es vuestra fortaleza.»
11 También los levitas tranquilizaban al pueblo diciéndole: «Callad: este día es santo. No estéis tristes.»
12 Y el pueblo entero se fue a comer y beber, a repartir raciones y hacer gran festejo, porque habían comprendido las palabras que les habían enseñado.
¿Por
qué Catequesis Familiar? Porque creemos en la FAMILIA como: Pequeña Iglesia
doméstica, espacio de crecimiento cristiano, Comunidad de vida y amor, signo
vivo y visible del Amor de Dios.
¿Qué
es la Catequesis Familiar? Es la
catequesis que hacen los catequistas y los padres con los niños, es una acción evangelizadora
destinada a todo el núcleo familiar, es una respuesta a las necesidades reales
de nuestro tiempo
Vamos
a hacer una obra de artesanía, iniciar en la vida cristiana a nuestros hijos en
Comunidad de Iglesia; que padres e hijos aprendamos juntos a vivir en cristiano,
en familia, en amor a Dios y a los hermanos.
LA TAREA FORMADORA DE LOS PADRES
A menudo nos preguntamos por qué los hijos se hacen rebeldes
para lo relacionado con Dios conforme van creciendo. No quieren “hacer la
confirmación “ni asistir a la Santa Misa, les gusta hablar con vulgaridades y
no colaboran en los quehaceres mínimos en el hogar y en ocasiones se vuelven
desobedientes y hasta violentos. Atención queridos padres, se dieron bases
sobre estos temas a los hijos desde la primera infancia? Se les enseñó conforme
iban creciendo a ayudar a recoger los juguetes, ayudar a tender la cama y
llevar la ropa sucia al sitio destinado para esto? Se les ha inculcado el orden
y el aseo? Se les enseñó a respetar frenando a tiempo los berrinches, no con
violencia pero sí con auténtica disciplina? Y más aún, se oró al Señor pidiendo
Su dirección para saber dirigir las pautas de crianza de los hijos? Si has
respondido afirmativamente éstas preguntas seguramente estás haciendo un buen
trabajo y debes perseverar sin desanimarte, si has respondido negativamente
tienes ahí la respuesta a éstos problemas de comportamiento pero calma,
respira, ora y el Señor pondrá a tu disposición las ayudas necesarias para
corregir todo lo que requiera ser corregido.
La vida de fe se construye igual a como se construyen otros
aspectos en la vida de los hijos, la familia como iglesia doméstica, está
llamada a ir construyendo las bases sobre las que se edificará la fe de los
hijos, éste es un ministerio que Dios ha encomendado a cada uno de nosotros y
ya sea que se tengan hijos o no, siempre tendremos niños cerca de nosotros con
quienes nos debemos a tal labor evangelizadora y para ello es crucial enseñar
no sólo con las palabras sino también con el ejemplo de vida. Testimoniar
nuestra fe implica vivir de acuerdo a lo que Cristo nos enseñó siguiendo las
directrices que nos marcan los Mandamientos, las Obras de Misericordia y el
Mandamiento del Amor.
La actividad educativa de los padres es un verdadero ministerio
eclesial, o sea, un cargo que Dios mismo les ha confiado, es decir, los llama a
participar de la misma autoridad y del mismo amor materno de la Iglesia. Al
mismo tiempo les brinda los medios necesarios para tan grande tarea,
enriqueciéndolos en sabiduría, consejo, fortaleza y en los otros dones del
Espíritu Santo, para ayudar a los hijos en su crecimiento humano y cristiano.
Los padres son entonces, los primeros orientadores de sus hijos en todo
sentido, pero principalmente como maestros de la fe y la oración, verdaderos
catequistas de sus hijos. Los padres como “maestros de la fe” deben mirar el
objetivo concreto de dicha educación: conducir a los hijos a un proceso de
creciente y libre decisión por Cristo. El Papa califica la tarea educativa de
los padres como un “derecho-deber”, esencial, original, primario, insustituible
e inalienable. De esta manera los padres no son sólo progenitores de la
existencia de sus hijos sino, también, verdaderos autores de la personalidad
moral de ellos. Es fundamental llevarlos por una educación de fe entrelazada
con toda la realidad humana, para que la fe sea la luz que brinde el verdadero
sentido de las actividades y aspectos humanos de la vida diaria. Por esto,
deben apoyarse en la oración, con la certeza que el Señor siempre los
acompañará.
ADOLESCENTES
Y SU VISIÓN DE LA RELIGIÓN
Antes era más normal que algunos educadores se sirvieran de la
religión y de la formación religiosa para obtener una disciplina y una pureza
de costumbres más rigurosa, y así facilitar su tarea y asegurarse una
tranquilidad a poco precio. En pocas palabras, se usa y abusa de Dios para
lograr rápidamente ciertos comportamientos en la persona. Dios es el fin y no
un medio pedagógico, no lo olvidemos.
Eso no quita que se pueda, claro está, recurrir a motivaciones
trascendentes positivas. Pero esto será válido y eficaz sólo si antes el
adolescente ya ha alcanzado una idea adecuada de Dios como padre amoroso, como redentor,
como amigo verdadero. Pero, ¿Cómo ven los adolescentes la religión en su mundo
concreto? Es evidente que con la secularización de la cultura se está logrando
por un lado que muchos adolescentes oculten sus sentimientos religiosos o
incluso se avergüencen de ellos. Por otro lado el relativismo lleva a que
muchos escojan los que les gusta de la religión, o de las religiones, y hagan
su propio ideario de creencias y su propia normativa moral. Pero no olvidemos
que las actuales generaciones están, en muchos sentidos, de vuelta… La
generación de nuestros adultos sintieron en los setenta y ochenta el inicio de
una liberación que les llevó hasta el rechazo de lo religioso. Sus hijos se han
encontrado con un vacío trascendental que les ha arrastrado a buscar, sin los
prejuicios de sus padres, la verdad y la plenitud de sus vidas por diversas
vías. Evidente que muchos se están equivocando en la respuesta (drogas,
alcohol, sexo total, etc.) Pero en cierto sentido estamos mejor que hace dos
décadas, pues la ignorancia que traen en lo religioso no incluye muchas veces
los prejuicios viscerales de tantos de sus mayores.
Y si la ignorancia de lo
religioso es el sello más característico de nuestra época, está claro que hace
falta un cambio radical en el modo de presentar el mensaje sobrenatural y religioso
(la Nueva Evangelización). Entonces, ¿Cómo puede el educador meterse en el
mundo religioso del joven? Cierto que no podemos renunciar a catequizar, a dar
doctrina y moral, porque hay mucha ignorancia, como hemos señalado. Pero
(¡cuidado!) no olvidemos que ante todo está el anuncio de la Buena Nueva, el
anuncio del Kerigma: ¡Dios hecho Hombre, muere y resucita por mí! ¡Cuántas
veces se ha dado por supuesto este anuncio de lo fundamental! Un olvido que ha
supuesto el fracaso de todo intento catequizador. Hay que lograr, antes que
nada, que el adolescente experimente la belleza de su fe, porque es algo que
toca su vida y no un añadido metido a presión. Es importante que el muchacho
pueda llegar a palpar el amor de Dios en su vida concreta, con sus
circunstancias más o menos buenas. De otro modo todo será adoctrinamiento,
moralismo y ritualismo, tan inútil como perjudicial. Como hemos comentado hace
poco, bastaría con estar atentos a sus preguntas existenciales, acompañándoles
en su propio camino de respuestas. Si no se logra esto, si no hay una
experiencia viva de encuentro con Dios como respuesta (y con el Dios hecho
carne en Cristo) de nada sirve seguir adelante; es más, no se debe ir adelante.
Es inútil ponerse nervioso porque no se ve el momento para empezar a darles
contenidos, doctrinas, explicación de los misterios de la fe… Ya habrá tiempo,
que la adolescencia es sólo el inicio de un largo camino hasta la eternidad.
Para llegar al corazón religioso del adolescente, el educador
debería: conocer agudamente el amor; vivir coherentemente el amor; transmitir
apasionadamente ese amor. El adolescente necesita amor, y necesita que se lo
muestren con agudeza, con pasión, con el ejemplo…; en esto se puede resumir la
pedagogía y toda la misión que Dios encomienda al educador cristiano de adolescentes.
Por ello debería: Capacitarse sin descanso para conocer y experimentar en
primera persona, creciente y profundamente, las manifestaciones del amor de
Dios al hombre concreto de hoy, amor que no se cansa de recrear su redención
hasta lograr su designio en cada hombre. Amor que se manifiesta también en los
acontecimientos y en los avances de la sociedad actual, con sus típicas
características (por tanto: ¡nada de pesimismos y añoranzas del pasado!). No
olvidemos que al adolescente le entusiasma, en general, su mundo y lo quiere
disfrutar a tope. El educador, con su propia experiencia y con medios y
reflexiones agudas y actuales, debe poner ante los ojos de los jóvenes cómo
toda la maravilla de su mundo adolescente (vértigo y éxtasis, dudas y titubeos,
caídas y levantadas, deseo de goce total) es manifestación del amor de Dios.
Vivir ese amor con la coherencia que él mismo y los jóvenes necesitan.
Dedicarse a lo fundamental y no perderse en aspectos secundarios, en el
formalismo de una fe hueca, de una práctica religiosa descafeinada, en el
rigorismo de una moral rancia y en un individualismo que nada tienen que ver
con el Evangelio y la misericordia infinita de Dios. Capacitarse sin descanso
para transmitir cada vez con más eficacia y amplitud, con verdadera pasión
atrayente, según una sana pedagogía cristiana, ese amor de Dios. Amor que
quiere llegar, a través del testimonio, de la labor y de la palabra del
educador, a todos y cada uno de los adolescentes, hasta los más fríos y
alejados de Él.
LOS
TIPOS DE ADOLESCENTES SEGÚN SU RELACIÓN CON LO RELIGIOSO: UNA CLASIFICACIÓN
CLÁSICA
José García Sentandreu, director del colegio Highlands El
Encinar en Madrid, después de 25 años de apostolado y trabajo con jóvenes y
adolescentes ha publicado «Adolescentes, qué hacemos con ellos» (Ed. De Buena
Tinta).
En este interesante libro mantiene la clasificación clásica de
los adolescentes respecto a la religión que ya diera en los años 50 y 60 Louis
Guittard (autor de La evolución religiosa de los adolescentes y Pedagogía religiosa
de los adolescentes). Desde entonces la cultura ha cambiado mucho, pero los
perfiles psicológicos no.
Sentandreu usa esa clasificación y da sus consejos para
acercarse a ellos, si bien, detalla "la aproximación a ellos, por parte de
los formadores, evidentemente debe ser diferente, personalizada".
Son los menos, y menos en la edad juvenil. Suelen avanzar
siempre en la misma dirección con el paso de los años. Sienten la necesidad de
ser ayudados, pero basta una sugerencia y un pequeño apoyo para mantenerse en
la línea.
Encuentran pronto una experiencia fuerte de Dios. El culto les
atrae. Parece que existe una armonía preestablecida entre sus aspiraciones y
los imperativos de la religión. No es que no tengan momentos de relajación y debilidad,
pero se rehacen en seguida y con más fervor.
Qué
hacer con ellos:
Ayudarles a que no caigan en el formalismo, en los escrúpulos o en el
conformismo. Hay que sostenerlos con constancia en el camino de la perfección.
Prevalece la indecisión; querrían ser fervorosos pero no se
sienten suficientemente fuertes para lograrlo. De repente, sin causa aparente,
renuncian a todo progreso, hasta el momento que vuelven a ser fervorosos.
Las primeras caídas son el origen de sus trastornos. Pueden
acabar en indiferentes o tradicionalistas, por eso merecen una atención
especial y mucha paciencia.
Qué hacer con ellos: Ayudarles a afrontar la lucha serenamente.
Es esencial no dejarlos aislados.
Al inicio adoptan dócilmente el comportamiento religioso que le
dan en la casa o en el colegio, pero su fidelidad al culto y a la moral se
trata más de una costumbre que de una convicción. En teoría son fieles al
principio, en la práctica salvan más bien las apariencias.
Con frecuencia sienten remordimiento por su mediocridad pero no
tienen celo para renunciar a ella. La religión les servirá como refugio cómodo.
Buscan «los consuelos de Dios pero no el Dios de los consuelos».
Qué
hacer con ellos:
Hay que suscitar en ellos la autenticidad, quitarles el agobio de ciertos actos
piadosos facultativos para que puedan vivir con más profundidad los necesarios.
Aplicar la ley de la gradualidad.
Son irreligiosos en potencia. No hay atracción por lo espiritual
ni necesidad de discutir de lo religioso (a diferencia de los irreligiosos).
Abandonan las prácticas religiosas lo antes y lo más posible.
Tratan de pensar lo menos posible en Dios y de cumplir lo
indispensable en lo moral. Conservan creencias cristianas pero viven como si no
las tuvieran.
Qué
hacer con ellos:
Como carecen menos de saber que de buena voluntad hay que ayudarles a creer en
el valor de religión. Hay que buscar abrirles a algo grande, para que un día
Dios pueda ocupar ese hueco abierto. Es típico en la adolescencia avanzada,
donde los problemas morales encuentran una excusa en esta indiferencia.
Se pueden confundir con los anteriores pero tienen un
temperamento especial. Son más beligerantes, doctrinarios y agresivos. La
religión, no sólo no les interesa, sino que les irrita y les causa repulsión.
En su conducta minimizan la influencia religiosa pero, no
obstante, en muchas ocasiones la fe actúa sobre su pensamiento. Muchos de ellos
brotan de familias cristianas tradicionalistas que de alguna forma los han
agobiado o los han quebrado con sus incoherencias formalistas.
Qué hacer con ellos: Lo esencial para estos es, lo antes
posible, activarlos en una ayuda social para que ésta, con paciencia, sea el
inicio de un acercamiento. Hay que ser muy tolerantes y cuestionarlos con un
testimonio de vida ejemplar y atractivo, con cero sermones.
El suicidio es la interrupción voluntaria de la vida. Es un acto
con el que se busca la salida a problemas que sobrepasan a la persona y que
pueden ser llevados en secreto, a tal punto, que el acto suicida suele
sorprender a todos porque no vieron factores que hicieran sospechar que esa
decisión de acabar con la propia vida sería tomada.
Es un acto cobarde? No me atrevería a afirmar tal cosa, pues si
bien es cierto que suicidarse es rendirse ante las dificultades, también exige
un momento de valentía el tomar la decisión de realizar un acto definitivo que
acabará con la vida, lo que sí puedo asegurar es que no es el camino, dado que
todo lo que se viva, por muy doloroso que parezca, es un aprendizaje que
permite al ser humano fortalecerse y alcanzar niveles más altos de madurez.
El suicidio es un hecho que nace de la desesperación en un ser
humano y que puede llevar también a la desesperación a los que le rodean
después del terrible acto. Nuestro corazón y nuestra mente se inquietan ante la
noticia de un suicidio, aún más, sin duda, si se trata de un ser cercano,
querido. Un dolor profundo, muchos sentimientos de impotencia y desolación se
apoderan de nuestra persona y muchas dudas asaltan a nuestra mente ¿Por qué lo
hizo? ¿Cómo no me di cuenta? ¿Ya no hay esperanza, se condenó?
La muerte en sí de un ser
cercano y querido estremece, deja un vacío, aunque uno entienda que es parte de
un proceso natural. Aún es más difícil cuando la muerte no sobreviene como una
cuestión natural sino que se muestra como una decisión personal así como lo
significa el suicidio, viene un dolor y un desconsuelo terrible porque taladra
el alma saber que una persona perdió la esperanza, el sentido de su vida, que
no encontró una salida para la solución de sus problemas, que se sentía solo,
desconsolado, deprimido y defraudado de sí mismo y de la vida misma. Duele
sobremanera imaginar lo que pudo pasar por su mente y por su corazón cada día,
duele saber que no pudo más y prefirió dejar de existir.
Al suicida que muere casi siempre se le recuerda con el
sentimiento de impotencia por no haber podido ayudarlo, pero al suicida fallido
lo persigue a menudo la crítica, la rabia de quienes lo rodean por considerarlo
un cobarde y hasta lo catalogan como un manipulador y aunque a veces es cierto
que se utilizó el intento de suicidio como forma de manipular a otros, es más
frecuente que simplemente se trate precisamente de un suicidio que se quiso
llevar a cabo pero falló y lo que muchos
ignoran es que ese señalamiento, ese enjuiciamiento que se hace del otro, poco
o nada aporta al estado emocional de quien quiso cometer el acto y lejos de
beneficiarlo, puede llegar a afianzar su deseo de repetirlo con mayor cuidado
para ésta vez no fallar. No hay que olvidar que quien desea cometer un suicidio
no está en plena lucidez sino que se siente atrapado por una situación o por un
cúmulo de situaciones y no logra encontrar el equilibrio interior para
afrontarlas. El suicidio es causado por dolor y causa dolor, es buscar una
salida equivocada a los problemas que uno pueda tener sean de la gravedad que
sean.
La siguiente es una historia real, de la cual podemos
reflexionar en el Amor Infinito de Dios y en Su Misericordia:
En Francia, un pueblito llamado Ars, que era hace mucho tiempo
como un ranchito, un lugar pequeño y sencillo, creció mucho y se convirtió en
una gran ciudad, pues entre otras cosas, vivía ahí un Cura, ahora el renombrado
y conocido “Cura de Ars”.
Este Cura, no era un Cura común y corriente, era un Cura al que
Dios le concedió tener visiones, incluso conocer los pecados de las personas
antes de que ellos los expresaran, por lo cual se hizo famoso y mucha gente
empezó a ir a confesarse con él. En una ocasión, una mujer humilde, llegó con
lágrimas en los ojos, angustiada y desolada a buscar al Cura, ella, se sentía
abrumada por su pena ya que su marido se tiró de un puente, se había suicidado.
Al lograr ver al Cura, le contó su dolor y su angustia, le dijo que su esposo
se había suicidado y que los que se suicidan ofenden gravemente a Dios y se
condenan.
El Cura, con voz firme y tierna a la vez, le dice a la mujer:
“No temas, tu marido no se condenó”. La mujer asombrada, perpleja, confundida,
le dice al Cura incrédula: “Pero mi marido se suicidó, se quitó la vida y
sabemos que solo Dios es Dueño y Señor, él lo ofendió gravemente y murió
cometiendo pecado”. El Cura, tomó su mano, la miró a los ojos y le dijo: “En
verdad no temas, tu marido no se condenó. Entre el puente y el río cabe la
Misericordia de Dios”. La mujer, después de estas palabras, se fue tranquila,
dando gracias a Dios por el milagro de amor que había realizado en su esposo,
pues en verdad, que su Misericordia es infinita.
¡Qué historia tan maravillosa! No cabe duda que el Amor de Dios
es infinito, es inmenso y que su misericordia tiene sus caminos, no podemos
querer aplicar nuestros criterios humanos pues para Dios no hay tiempo, ni hay
imposibles y Él lo que quiere es que toda alma se salve.
Y es que, objetivamente el suicidio es el acto voluntario de
matarse directamente. De acuerdo al 5to. Mandamiento: “No matarás”, es un grave
pecado contra la ley natural y la ley revelada. El suicidio viola el derecho de
Dios quien es el dueño exclusivo de la vida humana. Solo Dios puede dar y
quitar la vida.
Sin embargo, para que un acto sea pecado requiere, además de
materia de pecado, que se tenga conocimiento de lo que se hace e intención de
hacerlo. No podemos juzgar a ciencia cierta la condición mental de quien se
suicida. Tampoco sabemos cuál fue su último pensamiento, pues el interior de la
persona nadie lo conoce ¿se habrá arrepentido mientras estaba moribundo en el
último instante de su vida? Recordemos que “entre el puente y el río cabe la
Misericordia de Dios”, así, entre el gatillo de una pistola y la persona, entre
la soga y el banco, entre las pastillas y la persona… Dios nunca deja solo a
nadie.
No podemos olvidar que la condenación de un alma se da por el
desprecio a Dios, por el rechazo a Dios; el que se suicida en general no
rechaza a Dios, sino que busca erróneamente la muerte como un medio para
liberarse de un mal que le aqueja y en medio de su angustia y confusión toma
una decisión con una libertad limitada que no le permite ver con claridad la
verdadera dimensión de ese acto, es decir, ve el suicidio como la única manera
de liberarse de ese mal que tanto le lacera. El suicida, por tanto, comete un
acto grave, pero al no ejercer su plena libertad los elementos que constituirían
una culpa grave se ven disminuidos, por tanto, no tiene una culpa grave. Es por
eso que debemos orar por los que se suicidan y encomendarlos a la infinita
misericordia de Dios.
Con el paso del tiempo se ha estudiado y profundizado cada vez
más en como la libertad se ve afectada gravemente por dramas y crisis
emocionales, hechos como la depresión, la angustia, la soledad, la violencia,
el dolor, la frustración, etc, afectan la percepción que se tiene de la
realidad: “…Trastornos psíquicos graves, la angustia, o el temor grave de la
prueba, del sufrimiento o de la tortura, pueden disminuir la responsabilidad
del suicida.” CIC, no. 2282.
CUESTIONES
FUNDAMENTALES
El suicidio objetivamente es quitarse la vida, es un acto
contrario al quinto mandamiento que dicta “No matarás”, es gravemente opuesto a
la justicia, a la esperanza y a la caridad. Pero lo cierto de esto es que el
juicio valorativo de la vida está alterado, transformándose en impulso
descontrolado y autodestructivo. Desde el punto de vista de la fe, la
Misericordia de Dios tiene sus caminos y no podemos querer aplicar criterios
humanos. Para Dios no hay tiempo y Él sabe que una persona puede encontrarse
con la Salvación en cualquier momento, incluso en el lapso de tiempo en el que
“cae del puente”. Por lo que los que nos quedamos aquí, sufriendo la pérdida
del ser amado, no debemos perder la fe, ni la esperanza y debemos orar y
ofrecer el inmenso dolor de la pérdida para Dios manifieste Su Misericordia.
“Para Dios no existe pasado, presente ni futuro, pues está al
margen del tiempo. Para Dios todo es un presente continuo. Eso quiere decir que
las oraciones que ofrecemos hoy por alguien que se suicidó contribuyen de
manera efectiva para su arrepentimiento y reconciliación final, de modo que lo
que rezamos en el presente, se actualiza en el pasado pues nuestra petición la
escucha Dios en su continuo presente, y el Espíritu Santo puede mover el
corazón de la persona que está a punto de suicidarse para que, aunque haya cometido
un pecado mortal en el momento mismo de procurar quitarse la vida, se
arrepienta y reconcilie con Dios antes de morir”, (Colorado, 2003).
Lo esencial frente a esta realidad que no es ajena a nosotros es
recordar que la familia bien constituida, la comunicación y diálogo, atención,
establecimiento de reglas y límites, amor incondicional, refuerzo de la
autoestima, dedicación de tiempo, conocimiento de los amigos y lugares que se
frecuentan, aceptación incondicional, expectativas reales, la fe y la oración
son puntos clave que debemos cuidar para propiciar que las personas se
desarrollen sanas, felices y que busquen soluciones reales a sus problemas.
Tener claro que siempre existen otras posibles soluciones que podemos estudiar
permite que el horizonte se amplíe frente a las situaciones adversas que se nos
presenten y no olvidar que cuando nos sentimos en un callejón sin salida es
importante buscar ayuda ya sea entre nuestros seres queridos o a través de un
consejero espiritual o profesional médico.
El suicidio nunca será
una solución ¡nunca! Y nunca lo parecerá para un joven o adulto que crece en un
ambiente en el que se le enseñe que pedir ayuda no es señal de debilidad sino
de responsabilidad consigo mismo y con las situaciones que le rodean.