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En entregas anteriores les contamos acerca de los inicios de Don Bosco, el Oratorio, la Comunidad Salesiana y su respectiva aprobación. Conozcamos un poco más acerca de su obrar con los jóvenes.
Si
bien la Comunidad Salesiana se ha extendido por muchas partes del mundo y Don Bosco
es un gran santo, amado y conocido por muchos, su labor inicial para dar vida a su sueño de trabajar con y por los
jóvenes no fue nada fácil.
Su
entrada al seminario se dio gracias a la colaboración que tuvo de varias
personas que le ayudaron a conseguir lo necesario: El sombrero que se lo dio el
alcalde, dos parroquianos que le dieron
un abrigo y un par de zapatos respectivamente y la chaqueta que le dio el
párroco y por consejo del sacerdote, José Cafasso, entendió que para ser un
buen misionero no hacía falta viajar a tierras lejanas, pues a veces lo que
Dios pide es trabajar con quienes se tiene cerca y eso hizo.
Empezó
a reunir a los niños y jóvenes que tenía cerca. Gracias a Don Cafasso conoció a
personas adineradas que le ayudaban en su obra que inicialmente realizaba
solamente los domingos, mientras en la semana se encargaba de ser capellán de
una casa de refugio para jovencitas fundado por la marquesa Di Barola, quien era también propietaria del lugar donde
Don Bosco se reunía con sus muchachos. Sin embargo, tiempo después ella le negó
el permiso para seguir reuniendo a los jóvenes en ese lugar por el ruido que
hacían y le puso a escoger entre ser capellán de las jóvenes o quedarse con sus
muchachos y él, eligió a sus jóvenes.
Inició
su oratorio en cuartos muy humildes donde vivía con ellos y su madre, teniendo
el lugar lleno tuvo que abrir prontamente otros dos centros. Notó que las
influencias de otros jóvenes que no querían aprender de valores y buenas
costumbres eran nocivas para sus muchachos, razón por la que quiso tener sus
propios talleres e inició con el de sastrería y el de zapatería, ambos para
1853.
Para
sus jóvenes Don Bosco “es el Padre que siempre está alegre. El Padre de los
cuentos bonitos” y es que a Don Bosco lo caracterizaba su buen sentido del
humor y su gran capacidad para aconsejar, además, al confesarse con él, era
como si éste pudiese observar hasta lo más profundo de su conciencia.
Para
1856 ya tenía cuatro talleres, un promedio de ciento cincuenta jóvenes internos
y unos quinientos externos, unos diez sacerdotes que le ayudaban y una
imprenta.
INICIOS DE LA COMUNIDAD SALESIANA
Los Salesianos son la
comunidad formada por San Juan Bosco, sacerdote italiano que dedicó su vida al
trabajo por los jóvenes más necesitados de su tiempo. Atraído por San Francisco
de Sales, Don Bosco (como se le decía a Juan Bosco) tomó de ese santo el nombre
de “Salesianos” para su comunidad y fue también de él de quien Don Bosco tomó
la idea de buscar la santificación desde lo sencillo y lo cotidiano por la vía
de la alegría y la amabilidad, cosa que desde niño puso en práctica entre sus
amigos al fundar la que llamó en su infancia la “Sociedad de la Alegría”, donde
además de jugar y divertirse con sus amigos también les enseñaba el Evangelio y
otras prácticas piadosas.
Desde niño empezó a
vislumbrarse su posible vocación a través de numerosos sueños que tuvo con la
Santísima Virgen, sin embargo, el primero que tuvo a la edad de nueve
años fue protético:
“Cuando yo tenía unos
nueve años, tuve un sueño que me quedó profundamente grabado en la mente para
toda la vida. En el sueño me pareció estar junto a mi casa, en un paraje
bastante espacioso, donde había reunida una muchedumbre de chiquillos en pleno
juego. Unos reían, otros jugaban, muchos blasfemaban. Al oír aquellas
blasfemias, me metí en medio de ellos para hacerlos callar a puñetazos e
insultos. En aquel momento apareció un hombre muy respetable, de varonil
aspecto, noblemente vestido. Un blanco manto le cubría de arriba a abajo, pero
su rostro era luminoso, tanto que no se podía fijar en él la mirada. Me llamó
por mi nombre y me mandó ponerme al frente de aquellos muchachos, añadiendo
estas palabras:
No con golpes, sino con
la mansedumbre y la caridad, deberás ganarte a estos amigos. Ponte, pues, ahora
mismo a enseñarles la fealdad del pecado y la hermosura de la virtud.
Aturdido y espantado, dije
que yo era un pobre muchacho ignorante, incapaz de hablar de religión a
aquellos jovencitos. En aquel momento, los muchachos cesaron en sus riñas,
alborotos y blasfemias y rodearon al que hablaba. Sin saber casi lo que me
decía, añadí:
¿Quién sois para
mandarme estos imposibles?
Precisamente porque esto
te parece imposible, deberás convertirlo en posible por la obediencia y la
adquisición de la ciencia.
¿En dónde? ¿Cómo podré
adquirir la ciencia?
Yo te daré la Maestra,
bajo cuya disciplina podrás llegar a ser sabio y, sin la cual, toda sabiduría
se convierte en necedad.
Pero, ¿quién sois vos
que me habláis de este modo?
Yo soy el Hijo de
Aquella a quien tu madre te acostumbró a saludar tres veces al día.
Mi madre me dice que no
me junte con los que no conozco sin su permiso; decidme, por tanto vuestro
nombre.
Mi nombre pregúntaselo a
mi Madre.
En aquel momento vi
junto a él una Señora de aspecto majestuoso, vestida con un manto que
resplandecía por todas partes, como si cada uno de sus puntos fuera una
estrella refulgente. La cual, viéndome cada vez más desconcertado en mis
preguntas y respuestas, me indicó que me acercase a ella, y tomándome
bondadosamente de la mano, me dijo:
Mira.
Al mirar me di cuenta de
que aquellos muchachos habían escapado, y vi en su lugar una multitud de
cabritos, perros, gatos, osos y varios otros animales.
He aquí tu campo, he
aquí en donde debes trabajar. Hazte humilde, fuerte y robusto, y lo que veas
que ocurre en estos momentos con estos animales, lo deberás tú hacer con mis
hijos.
Volví entonces la mirada
y, en vez de los animales feroces, aparecieron otros tantos mansos corderillos
que, haciendo fiestas al Hombre y a la Señora, seguían saltando y bailando a su
alrededor.
En aquel momento,
siempre en sueños, me eché a llorar. Pedí que se me hablase de modo que pudiera
comprender, pues no alcanzaba a entender que quería representar todo aquello.
Entonces Ella me puso la mano sobre la cabeza y me dijo:
A su debido tiempo, todo
lo comprenderás.
Dicho esto, un ruido me
despertó y desapareció la visión. Quedé muy aturdido. Me parecía que tenía
deshechas las manos por los puñetazos que había dado y que me dolía la cara por
las bofetadas recibidas; y después, aquel personaje y aquella señora de tal
modo llenaron mi mente, por lo dicho y oído, que ya no pude reanudar el sueño
aquella noche.
Por la mañana conté en
seguida aquel sueño; primero a mis hermanos, que se echaron a reír, y luego a
mi madre y a la abuela. Cada uno lo interpretaba a su manera. Mi hermano José
decía:
Tú serás pastor de
cabras, ovejas y otros animales.
Mi madre:
¡Quién sabe si un día
serás sacerdote!
Antonio, con dureza:
Tal vez, capitán de
bandoleros.
Pero la abuela,
analfabeta del todo, con ribetes de teólogo, dio la sentencia definitiva:
No hay que hacer caso de
los sueños.”
Cabe destacar que
los sueños que tuvo Don Bosco no fueron todos en su niñez; a lo largo de su
vida se cuentan unos 156 sueños. Al conocerse la exactitud de lo que
muchos de ellos profetizaban el Sumo Pontífice Pío IX le pidió que los
escribiera, dado el gran bien que éstos podían hacer. A mediados del siglo XX
los constructores de la ciudad de Brasilia se sorprendieron al darse cuenta que
70 años antes de ser construida, ya Don Bosco la había visto justo en ese
lugar. Igual ocurrió en Argentina con unos pozos de petróleo que nadie conocía
pero que Don Bosco vio en sus sueños y fueron efectivamente hallados en el
lugar exacto donde él los había visto.
INICIOS DE UN SANTO
Juan Bosco nació el 16
de Agosto de 1.815 en I Becchi, un caserío de Castelnuovo, cerca de Turín, en
Italia. Sus padres fueron Margarita y Francisco, pero éste murió cuando el
pequeño niño apenas tenía dos años, razón por la que su madre tuvo que trabajar
duramente para sacar a sus tres hijos adelante. De familia humilde pero
trabajadora, la infancia de Juan Bosco no fue fácil, creció en medio de
carencias materiales pero en abundancia de oración y amor al Señor y a la
Santísima Virgen.
Desde temprana edad su
vida piadosa se reflejó en su forma de relacionarse con los demás, es así como
solía, en medio de juegos y esparcimiento con sus amigos, inculcarles valores
cristianos. A sus 26 años era ya sacerdote durante la época de la revolución
industrial donde la sociedad no brindaba el mejor panorama para los jóvenes y
éstos eran explotados trabajando jornadas extremadamente largas a cambio de
sueldos miserables y poco tiempo de descanso. Las cárceles estaban llenas de
jóvenes que por las escasas oportunidades llegaban a la ciudad a buscar cómo
ganarse la vida y terminaban en actividades delincuenciales.
Decidido a ayudar a los
jóvenes de su tiempo a tener mejores oportunidades de vida, Don Bosco decide
implementar estrategias que le permitan albergar a esos más necesitados,
educarlos en la fe y enseñarles algún oficio que les asegure medios de
subsistencia. Empieza poco a poco a formarse lo que más adelante sería el
Oratorio.
La primera institución concreta de Don Bosco fue el Oratorio, palabra italiana usada para definir una capilla o lugar de oración. El Oratorio pasó de ser un espacio para jugar y aprender catequesis a un verdadero centro juvenil cargado de experiencias espirituales, familiares y pedagógicas que, desde sus inicios y hasta hoy se mantienen firme en cuatro dimensiones: Casa, escuela, iglesia y patio ““Casa que acoge, escuela que prepara para la vida, parroquia que evangeliza y patio donde compartir la vida y la amistad”
El éxito con la acogida brindada a sus jóvenes fue tal, que algunos de ellos fueron los primeros sacerdotes que hicieron parte de su Comunidad. Tras buscar la autorización del Papa.
Por los escritos de Don Bosco y los realizados por algunos de sus jóvenes del Oratorio, se fue conociendo el sistema de trabajo de Don Bosco. Él solía empaparse de las realidades de sus muchachos y partir de ellas para darle un significado especial a la experiencia concreta que vivirían con él, enseñándoles a ver su entorno con otros ojos y estimulando el potencial de los jóvenes, asegurándose siempre de que éstos se sintieran acogidos y amados y ocupándose de tener con cada uno de ellos un encuentro personal.
No solamente se dedicó a mejorar la vida de los jóvenes, sino que dio alojamiento a aquellos que no tenían hogar y cuidaba de ellos en compañía de su madre, Mamá Margarita. A la par decidió construir sus propios talleres a fin de que los jóvenes aprendieran algún oficio. Con el tiempo creó escuelas profesionales, colegios, escribió folletos, libros, artículos a fin de conseguir dinero para sus obras y con María Dominica Mazzarello crearon el Instituto de las Hijas de María Auxiliadora. Fue para muchos grupos políticos motivo de miedo, pues creían que lograría hacer con sus jóvenes alguna especie de rebelión, razón por la cual fue víctima de atentados y persecuciones, pero siempre contó con la protección de Dios y de la Santísima Virgen, a quien llamaba “La Auxiliadora”.
El 18 de diciembre de 1859 nace la Congregación en Turín-Valdocco con el nombre de “Pía Sociedad de San Francisco de Sales” con 17 miembros (1 sacerdote, 15 clérigos y 1 estudiante).
El “Decreto de Alabanza de la Sociedad” llega el 23 de julio de 1864, su aprobación definitiva llega el 1 de marzo de 1869 y la aprobación de sus Constituciones es el 3 de abril de 1874.
El máximo superior de la Comunidad Salesiana es el Rector Mayor, obviamente el primero fue Don Bosco, después de él, fue Miguel Rúa y el actual es ángel Fernández. Desde Don Bosco, han pasado diez sucesores, los cuales son elegidos en las Asambleas Generales o Capítulos y ejercen tal función por espacio de seis años, siempre con la posibilidad de ser reelegidos.