miércoles, 16 de septiembre de 2015

EVANGELIO Y SANTO DEL DÍA




Febrero 13 de 2023
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  • Semana 6ª del Tiempo Ordinario
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  • Verde
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  • Santa Humbelina
  • PRIMERA LECTURA

    Del libro del Génesis 4, 1-15.25

    El hombre conoció a Eva, su mujer, que, concibió y dio a luz a Caín. Y ella dijo: “He adquirido un hombre con la ayuda del Señor”. Después dio a luz a Abel, su hermano. Abel era pastor de ovejas, y Caín cultivaba el suelo. Pasado un tiempo, Caín ofreció al Señor dones de los frutos del suelo también Abel ofreció las primicias y la grasa sus ovejas. El Señor se fijó en Abel y en su ofrenda, pero no se fijó en Caín ni en su ofrenda; Caín se enfureció y andaba abatido. El Señor dijo a Caín: “¿Por qué te enfureces y andas abatido? ¿No estarías animado si obraras bien?; pero, si no obras bien, el pecado acecha a la puerta y te codicia, aunque tú podrás dominarlo”. Caín dijo a su hermano Abel: “Vamos al campo”. Y, cuando estaban en el campo, Caín atacó a su hermano Abel y lo mató. El Señor dijo a Caín: “¿Dónde está Abel, tu hermano?”. Respondió Caín: “No sé; ¿soy yo el guardián de mi hermano? El Señor le replicó: “¿Qué has hecho? La sangre de tu hermano me está gritando desde el suelo.

    Por eso te maldice ese suelo que ha abierto sus fauces para recibir de tus manos la sangre de tu hermano. Cuando cultives el suelo, no volverá a darte sus productos. Andarás errante y perdido por la tierra”. Caín contestó al Señor: “Mi culpa es demasiado grande para soportarla. Puesto que me expulsas hoy de este suelo, tendré que ocultarme de ti, andar errante y perdido por la tierra, y cualquiera que me encuentre me matará”. El Señor le dijo: “El que mate a Caín lo pagará siete veces”. Y el Señor puso una señal a Caín para que, si alguien lo encontraba, no lo matase. Adán conoció otra vez a su mujer, que dio a luz un hijo y lo llamó Set, pues dijo: “Dios me ha dado otro descendiente en lugar de Abel, asesinado por Caín”.

    Palabra de Dios.

    SALMO RESPONSORIAL
    Salmo 49

    R.  Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza

    • El Dios de los dioses, el Señor, habla: convoca la tierra de oriente a occidente. “No te reprocho tus sacrificios, pues siempre están tus holocaustos ante mí. R/.


    • ¿Por qué recitas mis preceptos y tienes siempre en la boca mi alianza, tú que detestas mi enseñanza y te echas a la espalda mis mandatos? R/.

    • Te sientas a hablar contra tu hermano, deshonras al hijo de tu madre; esto haces, ¿y me voy a callar? ¿Crees que soy como tú? Te acusaré, te lo echaré en cara”. R/.

     

    EVANGELIO

    Del santo Evangelio según san Marcos 8, 11-13

    En aquel tiempo, se presentaron los fariseos y se pusieron a discutir con Jesús; para ponerlo a prueba, le pidieron un signo del cielo. Jesús dio un profundo suspiro y dijo: “¿Por qué esta generación reclama un signo? En verdad les digo que no se le dará un signo a esta generación”. Los dejó, se embarcó de nuevo y se fue a la otra orilla.

    Palabra del Señor.



    REFLEXIÓN

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    LECTIO DIVINA

    PARA MEDITAR

     

    • Todos somos un poco Caín. Sigue existiendo la envidia y la intolerancia en nuestro mundo. Jesús –a quien sus enemigos envidiaron y llevaron a la muerte, como a Abel– nos enseñó a amarnos los unos a los otros, también cuando no coincidimos en carácter y cuando hay ofensas de por medio.

     

    Somos complicados, egoístas, susceptibles. Por desgracia no han desaparecido los conflictos entre hermanos de una misma familia, entre ciudadanos de los diversos estamentos sociales –el pastor Abel y el agricultor Caín–, entre miembros de una comunidad religiosa o de una parroquia. Nuestra vida se parece más a esta página que a aquella otra ideal del salmo 133: “Qué bueno y agradable es vivir los hermanos unidos”.

     

    Desde las primeras páginas de la Biblia ya nos pide Dios cuentas de la sangre de nuestro hermano, o también de su fama, como nos hace decir el salmo: “Te sientas a hablar en contra de tu hermano, deshonras al hijo de tu madre, esto haces ¿y me vas callar? ¿Crees que soy como tú? Te acusaré, te lo echaré en cara”. Deberíamos oír en nuestro interior muy clara la voz de Dios: “¿Dónde está tu hermano?”.

     

    Deberíamos saber descubrir a Cristo presente en esas cosas tan sencillas y profundas como son la comunidad reunida, la Palabra proclamada, esos humildes Pan y Vino de la Eucaristía, el ministro que nos perdona, esa comunidad eclesial que es pecadora pero es el Pueblo santo de Cristo, la persona del prójimo, también el débil y enfermo y hambriento.

     

    Igual que en su tiempo apareció, no como un rey magnífico ni como un guerrero liberador, sino como un niño que nace entre pajas en Belén y como el hijo del carpintero y como el que muere desnudo en una cruz, también ahora desconfía Él de que “esta gente” pida “signos del cielo” y no lo sepa reconocer en los signos sencillos de cada día.

     

    PARA REFLEXIONAR

    • ¿En qué nos escudamos nosotros para no cambiar nuestra vida? ¿También estamos esperando milagros, revelaciones, apariciones y cosas espectaculares?

     

    ORACIÓN FINAL

    • Gracias, Padre, porque nos diste a Jesús, tu Hijo, que en su misterio pascual de muerte y resurrección es el signo personal de tu amor hacia nosotros. Danos un corazón nuevo para alabarte por siempre. Amén.








    Hoy se celebra a las santas Fusca y Maura, amigas entrañables y mártires de la fe



    Hoy, 13 de febrero, la Iglesia recuerda a las Santas Fusca y Maura, dos mujeres contemporáneas de Santa Águeda de Catania, quienes murieron mártires durante la persecución organizada por el emperador romano Decio, en el siglo III.

    El Bautismo

    Según la tradición, Fusca nació al interior de una familia pagana de Rávena, en la antigua Roma. Maura fue la nodriza de Fusca, es decir, la mujer que se encargó de cuidarla durante sus primeros años.

    Cuando Fusca alcanzó la edad de 15 años, le confesó en secreto a Maura que había oído hablar del Señor Jesús y que tenía el deseo de convertirse y recibir el sacramento de la iniciación cristiana, el Bautismo. Aquella invitación tocó el corazón de Maura. Es así que ambas buscaron a un sacerdote, Hermoloa, quien las instruyó en la fe y las bautizó.

    El don de la fe en Cristo no tiene precio

    Cuando el padre de Fusca se enteró de la situación, montó en cólera contra Maura, culpándola de haber causado un gran deshonor a la familia. Ordenó que las dos fueran encerradas en los sótanos de la casa, donde permanecieron tres días sin comer ni beber. La intención del padre de Fusca era darles un escarmiento tal que ambas pidieran perdón por haberse bautizado.

    Nada de eso llegó a suceder. El padre, entonces, buscó por otros medios que su hija retorne al culto pagano de la familia. Como no pudo doblegar su voluntad, la denunció al gobernador Quinciano, quien ya había condenado al martirio a Santa Águeda poco tiempo atrás. Fusca, consciente de cuál sería su destino, tras ser acusada, se encomendó a Dios y declaró que no temía ni a los tormentos ni a la muerte, porque confiaba en las promesas de Cristo y creía en la resurrección.

    Dar la vida

    Quinciano envió a sus hombres para que se lleven a Fusca y a su nodriza, pero un ángel del Señor se paró al lado de ambas para protegerlas. Los soldados, asustados, no se atrevieron a ejecutar las órdenes. Posteriormente las dos mujeres fueron forzadas a comparecer ante el tribunal romano y, sin miedo, frente a sus miembros volvieron a confesar su fe en Jesucristo.

    De acuerdo a las Actas de los Mártires, Fusca y Maura fueron cruelmente flageladas y  asesinadas el 13 de febrero del año 251.


    Santa Humbelina I Santo del día-.

    Santa Humbelina

    Niña ejemplar, de temperamento fogoso y dotada de abundantes cualidades naturales, la vía del matrimonio parecía ser aquella por la cual Humbelina llegaría a la santidad. Pero Dios tenía para ella otros planes más elevados…

     

    E

    n el lejano siglo XII, residía en la Borgoña francesa una noble familia constituida por Tescelino, señor de Fontaines, su esposa, la piadosa Alice, y sus siete hijos: Guido, Gerardo, Bernardo —que sería el gran abad de Claraval—, Humbelina, Andrés, Bartolomé y Nivardo.

    En el castillo donde la bendecida prole vino al mundo, la armonía y el espíritu religioso propio de la Edad Media reinaban entre todos, siendo el incentivo mutuo a la práctica de la virtud el pan de cada día. Se conversaba sobre el Creador con naturalidad y la fidelidad a los Mandamientos era moneda corriente. Los deberes de los cuales la Santa Iglesia incumbía a los guerreros católicos —defenderla y amarse entre sí— eran valerosamente cumplidos por Tescelino, cuyo ejemplo sus hijos enseguida empezaron a reflejar.

    En medio de una sociedad que consideraba la caballería como la mejor expresión de las virtudes morales de un varón, los seis niños de la familia poseían todos los atributos para convertirse en figuras famosas y de éxito. Y para Humbelina, la única dama de la pléyade de hermanos, el futuro también le sonreía de modo prometedor. Dotada de una belleza singular, en ella se unían la dulzura y la fortaleza, la gentileza y la intrepidez, y no le faltaron pretendientes a la altura de su dignidad.

    No era difícil prever un porvenir brillante para cada uno de los miembros de esta familia. Lo que nadie hubiera imaginado es que refulgirían en la Historia con una gloria muy superior a la conquistada por cualidades humanas, aunque elevadas, y que atravesarían los tiempos enaltecidos por la Iglesia con la honra de los altares.

    Una madre ejemplar

    Conocida en el ducado por su profunda modestia y generosidad para con los necesitados, Alice de Montbard constituía el sólido cimiento de la santidad de sus hijos. De carácter firme y bondadoso, les inculcó en el corazón no sólo el horror al pecado, sino también la generosidad para con Dios, a tal punto que todos supieron renunciar a un bien —la caballería— para abrazar otro mayor: la vocación a la cual la Providencia los había destinado, en la vida religiosa.

    Familia de la Beata Humbelina – Iglesia de Santa Úrsula, Montbard (Francia)

    «No puedo olvidar, escribe uno de los amigos de San Bernardo, cuánto esta dama ilustre buscaba servir de ejemplo y de modelo a sus hijos. Estando en el hogar, casada y en medio del mundo, imitaba en cierto modo la vida solitaria y religiosa, por sus abstinencias, por la sencillez de sus ropas, por su alejamiento de los placeres y de las pompas del siglo; se retiraba tanto como le era posible de las agitaciones de la vida mundana, perseverando en los ayunos, en las vigilias, en la oración y compensando con obras de caridad lo que podía faltarle a la perfección de una persona comprometida en el matrimonio y en el mundo».1

    Ferverosa devota de San Ambrosio, Alice falleció en la fiesta de este doctor de la Iglesia del año 1110, tras recibir el viático y la Unción de los Enfermos. Poco antes de expirar, pidió a los circunstantes que rezaran la letanía de todos los santos. Mientras recitaban la jaculatoria «Por tu cruz y tu pasión. Líbranos, Señor», se levantó, hizo la señal de la cruz con profunda reverencia, elevó los brazos al cielo y se acostó serenamente, entregando su alma a Dios.

    Se dice que, de todos los hijos, el que más sintió la muerte de su madre fue el joven Bernardo, por entonces con 19 años. Atenta a la voz de la gracia, Alice comprendió que él había sido especialmente llamado por la Providencia y puso particular atención en su formación.

    Los frutos de ese auténtico cariño materno pronto despuntaron de manera excelente: a los 21 años, Bernardo decidió hacerse monje cisterciense, rama reformada de los benedictinos, incipiente y sin proyección a los ojos del mundo. Muchos familiares, incluso su hermana, se quedaron desconcertados con su decisión; sin embargo, eso no constituyó el menor obstáculo para él. Si tal era la voluntad de Dios, nada lo haría volver atrás.

    Bernardo no iría solo: habiendo incentivado uno a uno de sus hermanos a entregarse a Dios por completo, todos lo siguieron. Su propio padre terminaría sus días como hermano lego en la comunidad de Claraval.

    La última en abandonar el mundo para abrazar las vías de la perfección fue Humbelina, completando así la «corona de siete estrellas celestiales que la madre de San Bernardo porta en el Reino de los Cielos».2

    Beata Humbelina, por Adrien Richard – Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, Orgelet (Francia)

    Dama de carácter fogoso, modelado en la virtud

    Humbelina poseía un carácter fogoso, que sus progenitores supieron modelar en el santo temor de Dios. Se cuenta que cabalgaba con destreza y que participaba en arriesgadas cacerías con su padre y hermanos. Atravesaba zarzas y espinos, y cuando se caía se levantaba con la agilidad y la despreocupación de un combatiente. Su hermosura reflejaba la pureza de su alma, en la cual brillaba la virtud fundamental para realzar toda cualidad o don: la humildad.

    Como todos sus hermanos se habían hecho religiosos, las propiedades y fortuna de la familia se concentraron en las manos de la joven Humbelina. Poco después, se casó con Guy de Marcy, sobrino del duque de Borgoña. Aun habiendo asumido la vida matrimonial con seriedad, pronto se dejó arrastrar por las vanidades del mundo, entregándose a diversiones y pasatiempos fútiles y procurando gozar al máximo del lujo y de las pompas que su condición le proporcionaba.

    Una visita a Claraval

    Cierto día, extrañando mucho a su amado hermano Bernardo, Humbelina fue a visitarlo al monasterio de Claraval, del cual era abad. Quien la recibió fue otro de sus hermanos, Andrés, que en la ocasión ejercía el oficio de portero. Al ver a su hermana engalanada de modo aparatoso, acompañada por un faustoso séquito, el joven religioso no pudo esconder su espanto y reprobación. Le pidió que esperara mientras iba a comunicarle al abad su visita.

    Unos instantes después, Andrés regresó con un recado que hizo que Humbelina rompiera en llanto: Bernardo no la recibiría. Al comprender que el desprecio de su hermano se debía a los excesos del lujo con el que se presentaba —signo de haber cedido a las ilusiones del demonio—, reconoció su deplorable estado espiritual y le insistió a Andrés: «Pecadora soy, pero por los pecadores murió Cristo. Porque soy mala, busco la compañía y el consejo de los buenos. Si mi hermano no estima su propia sangre, no desprecie ni desampare mi alma. Salga a verme, mándeme cuanto gustare, que dispuesta estoy a ejecutar cuanto quisiere de mí».3

    El santo abad, al enterarse de la buena reacción de Humbelina, se llenó de compasión y mandó que llamaran a los demás hermanos para verla. Con la firmeza y dulzura que le eran propias, el Doctor Melifluo le recordó el ejemplo de su virtuosa madre, persuadiéndola de que la santidad no era incompatible con el matrimonio. Y la exhortó: «¿Es posible que tu sola, entre tantos hermanos como tienes, has de ser esclava de tu cuerpo, mientras ellos atienden sólo a la salud de su alma? ¿Tantos suspirando por el Cielo y tu sola sepultada en la tierra? ¿Tantos pensando cada instante en la muerte y tu como si hubieras de permanecer para siempre en el mundo? ¿Pues qué? ¿Ha de prevalecer tu dictamen y sólo te has de gloriar en la podredumbre, que ha de servir de pasto a los gusanos, y has de vivir para siempre olvidada del bien y utilidad de tu alma? ¿Con qué has de resarcir en la otra vida esos perecederos deleites, esa momentánea gloria y tanto gasto superfluo?».4

    Encuentro de San Bernardo con su hermana Humbelina en la abadía de Claraval, por Andreas Meinrad von Ow – Monasterio del Bosque, Sigmaringa (Alemania)

    Conversaron largamente… Humbelina se sintió bañada como por un agua fresca y perfumada. Comprendió que sólo en Dios se encuentra la verdadera felicidad y que todas las riquezas de la tierra jamás saciarían su sed de lo infinito.

    Cuando la suntuosa comitiva se marchó de Claraval, Humbelina había tomado una importante decisión.

    Cambio repentino y completo

    De vuelta al castillo de Fontaines, Humbelina comenzó una nueva vida: abandonó todos los excesos de lujo y empezó una rutina impregnada de austeridades, con mortificaciones y largos períodos dedicados a la oración.

    Al cabo de dos años, le pidió a su esposo permiso para retirarse a un convento, pues sentía claramente la voz de la gracia llamándola a una vida de total renuncia a todo lo que es terreno, de holocausto continuo en alabanza a Dios. Aunque no tenía hijos, no le fue fácil a Guy dar su consentimiento. Únicamente después de haberlo ponderado bien y certificarse de que esa era la voluntad de Dios, accedió, y enseguida sintió profunda alegría de alma.

    Tras resolver la cuestión matrimonial según la disciplina de la Santa Iglesia, ingresó finalmente en el convento benedictino de Jully-sur-Sarce, del que Isabel de Forez, su cuñada, era abadesa.

    Humbelina avanzó a pasos agigantados en el camino de la santidad, mostrándose ejemplar en la obediencia, radical en las austeridades, humilde en todo momento. Realizaba con sencillez los trabajos más bajos, deseando expiar así la vida mundana que había llevado. Pasaba muchas noches en continua oración, meditando la dolorosa Pasión del Señor.

    Se sorprendió al ser elegida priora del convento por unanimidad, cuando Isabel fue enviada a dirigir una nueva casa. En ese cargo, supo transmitir la fortaleza y la dulzura de su Esposo, Jesucristo, hasta el punto de que algunos la calificaron como la versión femenina del gran abad de Claraval.

    Alegre incluso en la muerte

    La alegría de los santos trasparece incluso en la muerte. Al cumplir los 50 años, de los cuales dieciséis transcurrieron en la vida religiosa y cerca de once como abadesa, Humbelina sintió que las fuerzas empezaron a faltarle. Al ser informado del delicado estado de salud de su hermana, ya obligada a guardar cama, San Bernardo se dirigió a Jully-sur-Sarce en compañía de Andrés y Nivardo.

    Estar con Bernardo era el mayor anhelo de Humbelina; bastó oír su voz para que recobrara el aliento e iniciara una agradable conversación con sus tres hermanos. Declaró lo muy feliz que era al haber seguido los consejos de Bernardo, diciéndole: «La vida; la mejor, que es la de mi alma, se la debo a tu persuasión y doctrina; ahora es tiempo de que tú la prosigas, para librarme, como espero, de las penas eternas».5

    Después de una breve convivencia, en la cual se mostraba contenta y animada, sus hermanos decidieron dejarla y recogerse en la hospedería del convento. No obstante, pocos instantes después, un ángel se le apareció al confesor de Humbelina, que también se encontraba allí, y le advirtió de que ella estaba a punto de expirar. Luego, las tablas del suelo empezaron a crujir sin que nadie las tocara y, habiendo acudido para ver qué estaba pasando, el sacerdote les avisó de la inminente muerte de la abadesa.

    San Bernardo asiste a la muerte de su hermana Humbelina – Iglesia de San Leodegario, Gigny (Francia)

    Concurrieron entonces junto a su lecho y ella, sonriente, fue saludando uno a uno de los que llegaban, hasta el momento en que exclamó el salmo: «Lætatus sum in his quæ dicta sunt mihi: in domum Domini ibimus» (121, 1).6 Su rostro se encontraba iluminado por un brillo celestial. Después de unos instantes, fijó la mirada en el cielo y con inefable serenidad entregó su alma a Dios. Era el 21 de agosto de 1141.

    Según narran algunos, su cuerpo exhalaba una fuerte fragancia que confortaba a todos los circunstantes, y su bello rostro daba idea de que no había pasado por ninguna enfermedad.

    «Amar es servir»

    Si quisiéramos sintetizar la vida de la Beata Humbelina en tres palabras, bastaría remontarnos al lema que ella misma tomó para sí: «Amar es servir». Cuentan que tal frase se la envió San Bernardo, escrita en un pequeño pergamino, como respuesta a una carta en la cual su hermana se quejaba de la cantidad de quehaceres que le habían encargado y casi no le quedaba tiempo para la meditación.

    Ella consideraba esas tres palabras tan valiosas como un extenso tratado, porque le indicaban el ideal para el cual vivía, el motivo por el cual debería siempre dar de sí misma, resistiendo al cansancio sin desfallecer, sintiéndose irritada sin demostrarlo y continuar deseando la soledad sin tener jamás un momento para sí.

    Como bien expresó cierto autor, esta frase hacía sonar en el corazón de nuestra santa la voz de su querido hermano Bernardo, como repitiéndole constantemente: «Humbelina, nuestro Amado es un amante celoso que no tolera regateos en el sacrificio. Trabaja por Él hasta morir, ¡y hazlo sonriendo!».7